martes, 26 de junio de 2012

RETRATO DE UNA APÁTRIDA...( O CIUDADANA DEL MUNDO ) 1ª Parte

RETRATO DE UNA APÁTRIDA... (Parte  1)

               Tengo un documento (o una serie de documentos) que me acredita como ciudadana de una Nación y como tal, transcurre mi vida desde que nací. La experiencia enseña que hay circunstancias que hacen cuestionarte si todos los valores que adquirimos con respecto a la nacionalidad son válidos en la vida práctica. Hoy la gente cambia de nación y de bandera por razones válidas o supérfluas y cada quien maneja su propia historia al respecto.

                   Yo tengo mi Patria, mi lugar de nacimiento, el sitio donde me eduquè y aprendí un idioma, una religión y un estilo de vida... ¿estilo de vida?. El problema es que no estoy muy segura de qué estilo de vida he tenido hasta ahora. Resulta un poco difícil establecer qué tipo de persona soy; nací en el Perú, nación sudamericana, mestizada con siglos de migraciones europeas en los comienzos de la colonización española e incrementada con la llegada de los africanos  -esclavizados por los llamados cristianos civilizados blancos-  a los que se agregaron los asiáticos, empezando por los coolíes chinos que si bien no tuvieron el membrete de "esclavos"en sus frentes, fueron tratados como miembros inferiores de la comunidad que los acogía. Los japoneses llegaron, al igual que los chinos, por una suerte de circunstancias de tipo económico, todos llegaban por cumplir  - haciendo una comparación libre - lo que en estos tiempos llamaríamos "el sueño americano" para los que se arriesgan a enrumbar al codiciado País del Norte; sí, los ciudadanos del mundo cruzan fronteras, dejando atrás familias y amigos, por alcanzar metas, por atrapar sueños, por amor y por desamor. Las razones no importan, ni los proyectos elaborados para emprender la aventura; el futuro es un maestro del camuflaje, nunca sabremos de qué se viste para convencernos de cuál es el camino correcto a seguir.

                          A comienzos del siglo XX, Japón no poseía la fama de potencia económica mundial que hoy ostenta como carta de presentación ante  naciones emergentes como la mía, la historia era otra y los japoneses, empobrecidos en un sistema militarista, miraban con ojos ávidos las posibilidades de mejorar económicamente en otros lugares. Hawai, Brasil, Perú entre otros, ofrecían oportunidades de trabajo que no podían soslayar; y la migración se dió en oleadas inauditas, los japoneses fueron dejando sus islas en un dramático éxodo, creyendo que unos pocos años serían suficientes para lograr sus propósitos económicos y se embarcaron en un viaje sin retorno que habría de cambiar sus vidas para siempre.

                          En Nago, ciudad costera de Okinawa, al sur de Japón, la aventura empezó para mi familia. Mi abuelo -Bunei Higa- inició el éxodo familiar en el año 1919, luego fué papá -Bunkiku- en 1928. En otro lugar de Okinawa, un pueblo llamado Nakijin, los padres de mi madre -Hanako- tambien embarcaban rumbo al Perú; sus nombres: Genkin Shimabukuro y Kamadá Matsumoto. En algún punto del viaje, nació mamá. Y... he aquí a mi familia, todos llegados de la lejana Okinawa a cumplir metas, con la carga de proyectos que jamás alcanzarían a realizar.

                             La esperanza de volver a su Patria, se fué desvaneciendo en el tiempo; el formar un hogar, procrear hijos y el paso de los años en la nueva Patria, dejó paso a una nueva realidad. Mis padres y abuelos fueron de aquellos que no lograron esparcir sus cenizas en la tierra que los vió nacer.

                             La idea  inicial del posible retorno a Okinawa les dió a la mayoría de inmigrantes, una idea de educación familiar basada en el hecho de que los hijos eran parte del proyecto y como tal fueron criados; el resultado fué esa generación de "nissei" -es decir, "japoneses de segunda generación"- que convivían entre dos mundos, nutriéndose de dos culturas tan disímiles, sin saber a ciencia cierta, cuál sería su destino final y buscando una identidad que los definiera ante la sociedad que los rodeaba.

                              Hablar de prejuicios raciales es tema delicado para tratar en estos tiempos en que la pluriculturalidad es lo que se estila, para demostrar que  "todos somos iguales" ,lo cual,siendo la gran verdad que enarbolamos a diario, no deja de tener un tufillo de hipocresía cuando la realidad permite que se discrimine a las personas por los más nimios motivos. La sociedad como grupo y las personas como individuos, se topan a diario con la segregación en un amplio espectro: los grupos humanos, mixturados hasta la saciedad, ahora se fijan en detalles que soterran sus verdaderas taras sociales, ahora ya no se hablan de razas  (¡qué pecado!) pero siguen apuntando hacia la raza caucásica porque tienen fijado en sus genes que "mientras más blanquito,más bonito"; y eso se dá en la mayoría de casas: -"...fíjate que el hijo de fulanita es muy narizón... pero no importa porque ha salido bien blanconcito"; el verano le puede tostar la piel y la nariz seguirá igual de grande, pero hay gente que valora las facciones de un rostro o la tonalidad de una piel y se olvida que es la persona en sí misma y no esos detalles lo que habría que observar. Conocí una señora, descendiente de esclavos africanos que se vanagloriaba de tener la piel más clara de su familia, porque su bisabuelo fué hijo de un hacendado "español de pura cepa"; sí, su tatarabuelo fué el amo de su tatarabuela. Sentí pena de aquella señora; el atavismo adquirido no le dejaba pensar en otros valores que hubiese podido enarbolar ante su descendencia.

                         Y es tan común ver en Lima a los hijos y nietos de los valientes quechua-hablantes que, establecidos o nacidos en la Capital de la República, muestran sin pudor su menosprecio al grupo étnico del que proceden -por supuesto, siempre y cuando no tengan un micrófono o una cámara al frente -porque en estos días, todos se muestran muy igualitarios y tolerantes porque ya descubrieron que eso termina siendo muy rentable en nuestra sociedad actual.

                       En la primera mitad del siglo XX, los asiáticos llegaron a un país donde una minoría blanca ostentaba el poder económico y, en consecuencia, influía en la política local y nacional; de igual modo, los provincianos llegados de la selva amazónica y de las zonas andinas, iban llegando a poblar la costa peruana, en busca de mejores condiciones de vida. Los adultos en sus actividades productivas y los menores en sus centros de estudios, demostraron que con esfuerzo y tesón podían superar las barreras de la incomprensión multicultural que los rodeaba. La interacción social hizo que se fueran fusionando entre sí y el resultado es esta amalgama de interesantes combinaciones que hoy vemos en nuestras calles.

                       Lamentablemente hay situaciones que aún no terminan de superarse y se dan desde todas las direcciones. Recuerdo a un amigo que ostentaba unos documentos que lo certificaban como el mejor alumno de su clase en la secundaria y aspiraba a una carrera en la Marina de Guerra, el oficial que le evaluó en primera instancia le aconsejó que desistiera; le dijo que, si bien era muy probable que ingresara a la Escuela de Oficiales, sólo llegaría hasta cierto grado y allí se truncaría, al preguntarle él cuál sería el motivo, la respuesta fué: "mírate al espejo, eres hijo de japonés, ¿has visto algún almirante como tú?, si eres descendiente de europeo, pasas, pero aquí los asiáticos están demás". Mi amigo había cumplido el Servicio Militar como voluntario y fué Monitor de su Unidad, donde entrenó soldados paracaidistas en el Ejército, pero de nada le valía porque tenía los ojos rasgados y un apellido inaceptable para nuestra querida Marina de Guerra. Decepcionado, hizo maletas y se marchó a los Estados Unidos en búsqueda de otros sueños y se estableció en el país del norte; el Perú se perdió a una gran persona y quienes lo conocimos, perdimos a un gran amigo.

                       Pienso que este caso se repite a diario por culpa de la discriminación que puede observarse desde distintos ámbitos. La Constitución  se vé ignorada, mancillada y hasta pisoteada porque la igualdad, muchas veces, sólo queda en los papeles; ¿y qué podemos decir de los centros de diversión donde sólo pueden entrar las personas que se muestren ataviados como gente VIP ?.  Existen leyes que norman el derecho de todos los ciudadanos, pero las sanciones son mínimas o simplemente ignoradas. Sé que en otros países los prejuicios se dan con mayor saña, pero las consecuencias las sufren personas y el grado de devastación individual no puede ser calculado por ningún análisis profesional.


                        Yo pertenezco a esa generación que creció entre dos mundos y tratando de extraer lo mejor de ambos; no ha sido fácil, pero la intención existe. En el camino, los obstáculos se dan a diario, hoy debo lidiar con la xenofobia en el país de mis ancestros, porque aquí soy una extranjera más y como tal me tratan; no en la misma forma que observé en mi Patria pero en esencia es la misma cosa. La gente tiene dificultades para aceptarse tal cual son, la intolerancia se da en todas partes, pienso que es inherente a la raza humana en su conjunto y tal vez la Humanidad demore varios siglos más en superarlos... ¿será que aún estamos a tiempo?.

                         Cada idea que sembremos en las mentes de nuestros hijos, es semilla que dará frutos en sus corazones, somos responsables del futuro de ellos como individuos y de todo lo que inculquemos en sus almas y su intelecto, para que aprendan a discernir lo que es bueno para la sociedad como tal: un grupo de personas con igualdad de derechos y obligaciones para todos. Un mundo sin egoísmos, vanidades ni ambiciones ciegas, un mundo sin conflictos, sin guerras, sin fronteras... ¿cuál será la generación que sea testigo de ese milagro?


miércoles, 20 de junio de 2012

TORMENTAS EN EL TIEMPO

ÓGAKI

TORMENTAS EN EL TIEMPO

             Hoy el cielo está gris, la tormenta nos recuerda que un tifón se aproxima; es el Nº4 de la temporada estival y en pocos días llegará el tifón Nº 5. Aquí en Japón son tantos los tifones que llegan a nuestras costasque ponerles nombres ya resulta inútil, lo más práctico es numerarlos  para ordenar mejor las estadísticas climáticas.

POR LAS CALLES DE  ÓGAKI

              Japón sería un país casi perfecto si no fuera por el clima tan absurdo que posee (mucho calor en larguísimos veranos, mucho frío en intensos y crudos inviernos y las primaveras y otoños,tan breves que apenas se perciben); y están los tifones, desconocidos en el Perú, las lluvias torrenciales en verano, al estilo amazónico, las bajas temperaturas invernales que me hacen pensar en el "friaje" de la sierra peruana, sin mencionar los sismos porque, al parecer, se están haciendo demasiado frecuentes en cualquier parte del planeta.

CARMEN ROSA
EN LOS TIEMPOS DE ÓGAKI
                Pero en descargo de lo anterior, hay muchísimas cosas a favor: es una sociedad disciplinada, con un mínimo de delincuencia común y/o accidentes de tránsito -porque aquí las leyes se cumplen y las penas que se imponen a quienes las infringen son muy duras-; no hay tentaciones de ir a la guerra porque las Fuerzas Armadas se disolvieron después de acabada la Segunda Guerra Mundial; la última vez que hubo un ataque terrorista fué hace más de veinte años, cuando una secta llamada AUM SHINRIKYO ("Verdad Suprema") por órdenes de su lider -Shoko Asahara- colocó el letal gas sarín en el tren metropolitano de Tokyo. Asahara fué condenado a muerte y algunos de sus seguidores aún purgan condena en prisión. Y tambien tenemos a "Papá Gobierno", que funciona sin necesidad de campañas políticas de por medio. Es decir, son los fenómenos naturales los que escapan al control de esta sociedad, a pesar del esfuerzo por prevenir desastres, aquí, allá  y acullá, el hombre queda a merced de la inclemencia de la naturaleza.

             Tengo la puerta del balcón abierta para observar la lluvia y el Castillo de Komaki apenas se vislumbra en lo alto del Monte, donde se yergue desde hace siglos, como un recuerdo del último bastión del gran señor feudal que dominó esta comarca en el pasado. Una densa niebla cubre la ciudad, pero el calor se hace insoportable... Yo sigo en espera del tifón.

            Recuerdo mi primera experiencia en materia de tifones en Japón: estaba un poco más de una semana en estas islas y mi compañera de departamento, Carmen Rosa y yo, estábamos como hoy, mirando la lluvia a través de la ventana y, como si tuviéramos sincronizados nuestros pensamientos -y nuestras nostalgias -decidimos que haríamos unas llamadas al Perú. El problema es que no teníamos teléfono en casa y debíamos salir a buscar el teléfono público que estaba en la calle. Ninguna de las dos tenia paraguas (y aún no habíamos averiguado dónde comprarlos) pero no nos importó y fuimos en pos de la cabina telefónica. Aún no terminábamos de cruzar el patio de estacionamiento, cuando unos gritos nos paralizó y volteamos para ver qué sucedía; desde la casa de enfrente, la nuera del patrón nos hacía señas para que regresáramos al departamento, se veía tan desesperada y furiosa que intentamos ignorarla, como una forma de rebeldía por el control tan arbitrario e inhumano que estábamos recibiendo por nuestros desplazamientos en las horas libres. Carmen Rosa me decía : "no la mires, no la escuches, sigue caminando...". La mujer cruzó la calle y nos obligó a empujones a volver a casa, yo estaba aturdida por su rudeza y me dejé llevar, Carmen Rosa protestaba en español y la japonesa seguía gritando en su propio idioma y nadie se entendía en medio del viento y la lluvia; lo único que le oía era "¡TAIFU,TAIFU ! ", yo pensaba para mis adentros... - ¿Y eso ,cómo se come...como el tofu...?. Luego comenzó a gritar el nombre de mi vecina japonesa: -"¡TAIKO,TAIKO" -, que sonaba más o menos igual. Taiko salió de su casa y se enteró de lo que estaba sucediendo -bueno, eso supongo, porque ni Carmen Rosa ni yo  entendimos su desesperada conversación-. La señora regresó a su casa, empapada hasta los huesos y Taiko entró antes que nosotras a nuestro departamento; cabe mencionar que aquí nadie ponía cerrojo a las puertas, así que Taiko ingresó a la casa y tomó control de la situación: corrió al ventanal y descubrió unas ventanas auxiliares de madera que estaban ocultas en la parte exterior y cerró herméticamente todo, encendió las luces y nos comenzó a repetir la misma letanía: "TAIFU,TAIFU...", nosotras aún estábamos indignadas por lo que considerábamos un atropello a nuestra libertad -tengamos en cuenta que, desde que llegamos a Japón, teníamos restringido hasta el derecho de salir a caminar o a comprar después de que oscurecía, tampoco podíamos recibir visitas, aunque fueran familiares, etc. etc.- y todos esos abusos nos tenía sumamente estresadas. Pero volvamos a la historia.

             Taiko volvió a su casa y nosotras nos quedamos en medio del dormitorio sin saber qué hacer. De pronto comenzamos a sentir algo que parecía una manada de lobos aullando afuera de la casa y todas las paredes se estremecían con la fuerza de un gran sismo. Era una casa muy antigua y por momentos parecía que las paredes iban a colapsar, estábamos en un segundo piso y me imaginaba que el piso cedería y que nos iríamos por un agujero a visitar a los ratones de la planta baja. No pude aguantar la curiosidad y quise saber qué ocurría en el exterior y en un acto imprudente (ahora lo sé) abrí unos centímetros la ventana protectora de madera, lo suficiente para ver paraguas, sombreros, carteles y otras cosas más no identificadas, que volaban por los aires; aterrada, cerré con fuerza nuevamente la ventana y me senté a esperar lo que seguiría. Finalmente el viento amainó y el silencio fué impresionante. Menos de una hora después, el único recordatorio de lo sucedido eran las calles mojadas y algunas cosas que los desprevenidos transeúntes habían perdido. La mañana siguiente nos sorprendió por la diáfana belleza del nuevo día.Asombraba ver el cielo limpio, de un hermoso azul, las nubes blancas, muy blancas y la gente en la fábrica, conversando amenamente, como si nada hubiera ocurrido la noche anterior. En el transcurso del día, trajeron a la traductora de la empresa para que nos explicara los sucesos de la noche del "taifu" (esta palabra fué tomada del inglés para nombrar al "tifón" y en su versión japonesa se tradujo en "taifu" que,como es obvio,nunca más olvidé).

                Han pasado veinte años desde entonces y en el transcurrir del tiempo, he sufrido toda clase de tifones y huracanes personales; algunos pasaron sin contratiempos y otros dejaron huellas en mi alma y pienso que, al igual que los fenómenos naturales que debemos experimentar a lo largo de nuestras vidas, las tormentas del alma llegan sin ser invitados y se van tal cual llegaron, sin mirarnos a los ojos y sin saber cuáles fueron los daños que infligieron a su paso.

                  El tifón terminó de pasar por mi ciudad sin mayores consecuencias, en estos momentos, el de hoy se encuentra sobre Tokyo y espero que termine de salir del territorio japonés en las próximas horas. Ahora tomaremos un respiro, antes de empezar los preparativos para la llegada del "taifu" Nº 5 este fin de semana. Tambien estoy preparando mi espíritu para las posibles tormentas que amenacen mi cielo azul. Sí, prevenir para minimizar los posibles daños y buscar refugio cuando el cielo esté encapotado... hasta que la lluvia lave nuestras calles y el viento arrastre y acabe con los restos del desastre. Fué bueno poder observar el paso del tifón por los ventanales del balcón, casi como ver la televisión en 3D, no como aquella primera vez, en la ciudad de Ógaki,asustada y confusa... Hoy no hay tiempo para el temor. De las tormentas tambien se aprende.

                                                 

martes, 12 de junio de 2012

SUPERANDO TRISTEZAS

PAPÁ EN EL FUNDO NARANJUELO

SUPERANDO TRISTEZAS

                               Dicen que soledad significa estar solo, sin compañía; entonces... ¿qué es esto que siento ahora, cuando aparentemente debería sentirme la mujer más feliz de la tierra, al lado del hombre más maravilloso que jamás pude encontrar?.

                         Y es que nada se dá ni se recibe por completo; la soledad es una intrusa que se filtra por rendijas insospechadas y se adueña de mis horas, se apodera de mis sueños y somete mi voluntad.

                         Recurro a ejercicios de memoria para acercar con recuerdos a aquellos que hoy me hacen falta; algunos, lo sé con certeza, no volverán a mí, no en este mundo; y estan aquellos otros que un día partieron, por esas cosas que llamamos capríchos del destino o cosas de la vida  -los términos utilizados no importan- dejándome tan sólo la incertidumbre de no saber cuándo acabará esta tristeza.

                        Esta semana, sorpresivamente, el clima en Japón sufrió una baja de temperatura, lluvia y tifón incluídos y la niebla, poco usual en este lugar, ensombrece la tarde. En mi corazón tambien llueve; ¿cómo explicarte mi alma,lo que esta lluvia encierra?. Hoy no están lo pajaritos habituales en mi balcón, sólo el ruido de los autos sobre pista mojada; la ciudad no pierde su ritmo, sólo mi corazón parece detenerse por momentos, pero no es un mal físico, es este dolor que me invade a veces... ¿quién dice que Japón es el paraíso?.

                    Me ví transportada en el tiempo a aquellos días de soledad infantil - a pesar de vivir entre tantas personas-; la soledad es algo muy difícil de manejar cuando se es pequeña y cuando transcurre en una casa donde se vive el día a día y a veces, sólo se sobrevive. No sé como transcurrió la infancia de mis hermanos mayores, cuando aún estaba mamá en casa; sólo tengo relatos fragmentados y algunas vivencias propias que me vienen a la mente como flashes de recuerdos. Trato de rescatar momentos realmente felices y no son muchos, pero al menos, lo intento.

                   La escuela siempre fué un escape para mí: cuando la mayoría de mis amigas lamentaban la obligación diaria de asistir a clases, yo celebraba la llegada de cada amanecer porque significaba un día más de escuela y trataba siempre de demostrar que mi entusiasmo era verdadero. Estudiaba con ahínco y cada nuevo conocimiento era una fiesta para mi espíritu, mi cuerpo seguía pequeño, pero yo me agrandaba por dentro ... y tenía tantos sueños...

                   El tiempo pasó y el colegio se acabó en el año 1970, entonces yo pensé que mi destino sería igual que el del resto de mis hermanos, que no pudieron darse el gusto de estudiar una carrera  universitaria, a pesar de haber sido excelentes alumnos en el colegio. Pero un par de semanas después de acabar el colegio secundario, recibí la visita de unas condiscípulas, quienes me preguntaron si ya había decidido a qué Universidad postularía ese año y yo me quedé fría, porque no supe qué responder.

                    Cuando ellas se marcharon, corrí a la chacra, donde estaba papà trabajando en sus rosales y le pregunté qué posibilidades tenía yo de postular a la universidad, él se me quedó mirando  muy fijamente y luego dijo con cierta vacilación: -"¿tu quieres ir a la Universidad?"- ;  yo le respondí algo esquiva, que si mis amigas lo intentaban... ¿por qué no?.

                    Él se puso la lampa al hombro y me llevó a casa; ya adentro, me preguntó cuánto necesitaba para postular y siempre recordaré la cifra: 1840 soles. Papá abrió la gaveta del dinero y me entregó dos mil, me dijo que el resto era para el pasaje y los extras que se presentaran en el proceso. Yo cogí felíz el dinero y corrí a casa de mi amiga Nora que vivía en el vecindario, para darle la noticia. En los siguientes días, cogí todos los libros de secundaria que tenía en casa y me puse a estudiar (en esos momentos no tenía idea de la existencia de las llamadas Academias de Preparación, a donde iban a estudiar la mayoría de postulantes, para acceder con mayores  probabilidades a los exámenes de admisión, debido supongo, a ese vacío que existe entre la currícula de secundaria y el nivel de conocimiento que deben mostrar los jóvenes que aspiran a una carrera universitaria). Dormía pocas horas porque el tiempo era corto y los libros muchos, y tenía una hermana que se acercaba al menos una vez al día a recordarme que estaba arriesgando inutilmente el dinero de la casa porque tal vez no ingresaría a la facultad y el dinero invertido se perdería en el intento. Recurrí al diazepán para dormir porque el insomnio se volvió recurrente y el stress me consumía. Pero aprobé los exámenes sin dificultad y tuve que enfrentar otra vez a papá, cuando me enteré que luego del ingreso, había que pagar una matrícula antes de empezar las clases y cuyo monto fluctúaba entre los mil y cinco mil soles. Fué entonces que me enteré por mis hermanas, de que aquella primera vez que hablé de la Universidad con mi padre, este buen hombre me había entregado los últimos dos mil soles que poseía y que durante el par de meses que transcurrieron desde entonces, papá había tenido que hacer malabares para sostener a la familia; y entonces comprendí la ira de mi hermana y las presiones a las que fuí sometida entonces. Total, la psicología no estaba de moda entonces y en casa no sabíamos cómo reaccionar ante situaciones extrañas.

                    Papá contrajo una deuda para que yo pudiera matricularme en la Universidad. Me tocó pagar dos mil quinientos soles, una cantidad bastante considerable para nuestra realidad económica familiar. Ya estando en clases, me enteré que había trabajos de medio tiempo para universitarios y estuve considerando esa posibilidad, pero papá se negó a que lo hiciera. Me dijo que mientras él estuviera vivo, vería la forma de enviarme a estudiar, así que yo cogía mis tres soles diarios para el pasaje de ida y vuelta en el autobús y me iba a la facultad. Pero entonces sucedió: papá murió intempestivamente cuando aún yo  no terminaba mis estudios y todo se transtornó para mí. Dejé por un tiempo la Universidad y cuando al cabo de un año quise retomar mis estudios, un "personaje" del Vice-rectorado de la Universidad, cuyo nombre no soy capaz de recordar, me dijo que todos mis documentos de los años anteriores habían "desaparecido" misteriosamente, pero que podrían aparecer a cambio de una fuerte suma de dinero, cantidad que por supuesto, yo no poseía. Eran tiempos de  Dictadura Militar,y las Universidades habían perdido su Autonomía Universitaria, los gobernantes de turno tomaron las universidades por la fuerza y no había a donde quejarse. Así terminé mi primera incursiòn en los niveles académicos de una bonita Universidad Nacional.

                       Cuando pienso en papá, recuerdo cosas como esta historia del ingreso a la Universidad y siento que lo quiero mucho más y que amo su recuerdo, porque aquella vez, pudo decirme simplemente: "NO",  pero eligió no hacerlo y prefirió apoyarme y a pesar de ser un campesino rudo,tuvo la suficiente delicadeza de ocultarme la verdadera y difícil situación económica que se vivía en casa por aquellos días. Lamentablemente, no pude cumplir mis sueños, pero eso no minimiza en  absoluto lo que él hizo por mí en aquel entonces y siempre tendré tiempo para recordarlo por ese amor que tan callado supo brindar,a su manera. No precisaba de dar abrazos y besos a diario -al final,era un japonés a la antigua-, pero siempre nos amó. El próximo domingo es el día del padre y su tumba está al otro lado del mundo, no podré llevarle flores, pero voy a hacer de cuenta que él está aquí conmigo, para poder decirle:  "Felíz Día ,Papá".


                               

martes, 5 de junio de 2012

UNA DAMA DE HIERRO EN MI VIDA

UNA DAMA DE HIERRO EN MI VIDA

Por :Boris Torres Melgarejo.


                     Esta mujer tenía de Margaret Thatcher,lo mismo que yo de Bill Clinton.

                     Yo debìa tener algo de 6 ó 7 años para entonces, los sábados que no había colegio, papá me llevaba a los terrenos de cultivo, según él para ayudarlo, pero al final terminaba jugando con mis soldaditos y los juguetes que llevaba en mi mochila. Fué así que un día de mucho frío y de poca comida, llegué a parar a casa de aquella mujer, de la mano de mi padre. A esa edad, los niños solemos ser muy despistados, pero yo la recuerdo, así como recuerdo su casa y las divisiones dentro, los sauces alrededor y el viejo camino cerca del río.

                      Recuerdo que al escuchar su voz me escondí detrás de mi padre; era como un golpe agresivo de karate, pero sus ojos tenían una dulzura que sólo los corazones buenos pueden esconder; su cabello largo, sus ojos rasgados y su parada algo tosca me intimidaban, aún así -por lo que entendí- debía pasar el resto del día en su casa.

                      Papá siempre ha sido un hombre noble, creo que más le dolía a él dejarme, que a mí quedarme en casa ajena. Lo ví despedirse con su mano en alto hacia el cielo, como lo hace hasta ahora cuando me ve venir, a lo lejos.

                      Me llevaron dentro de la casa; afuera todo parecía muy tranquilo, adentro, una sarta de chinitos correteaba haciendo bulla; y haciendo una comparación, parecía la novela de Los Tres Mosqueteros en versión japonesa: Mauricio era como Porthos, el más grande, el más tosco, el más terco; Enrique, muy parecido a Athos, muy sensato, sereno, era como el brazo derecho de la reina; Eduardo, de Aramis no tenía nada, pero era inquieto y revoltoso; luego estaban la princesa Sofía y el heredero al trono, Alfredo, que serìa como el príncipe Felipe. Yo, el D'Artagnan de la historia, había llegado para unirme a los mosqueteros.

                      Era una familia muy humilde, pero la unión familiar era muy especial en ese lugar; la hora de comer era algo simpático; todos se acomodaban a la mesa y era el mismo alboroto que al jugar, eso, mientras no llegaba la reina madre a poner orden.

                       Pasé varios veranos e inviernos en aquel lugar y a mi edad  era complejo sentirme parte de otra familia y pensar o esperar que ella inconscientemente me había adoptado. El llegar a su casa ya era normal para mí, así como sentarme a esperar mi almuerzo y mientras tanto yo pensaba, en qué momento se aparecían Rambo o Chuck Norris, a rescatar a tantos chinitos juntos.

                     De repente un día, todos aquellos buenos ratos dieron un giro enorme y este mosquetero debía hacerse a un lado: todos ellos se mudaron. Aquella mujer de voz pesada y carácter complejo se fué a Japón, buscando que todo sea mejor para ella y sus pequeños samurais. Alguna vez escuché que los chicos estaban bien, que vivían por Chorrillos o Barranco, no recuerdo exactamente, pero a partir de ese momento pasaron casi diez largos años, hasta que nos volvimos a encontrar.

                      Para entonces papá, lo único que cultivaba era su inmenso amor por mi hermana y yo; había puesto una tienda con el dinero de su jubilación y yo estaba estudiando para entrar a la Universidad. Aquella tarde que la volví a ver, nada había cambiado: el mismo cabello largo, la misma voz gruñona, el mismo carisma; la saludé sin más porque el tiempo nos había olvidado de alguna manera, ella de seguro pensaría: "cómo ha crecido este muchacho, pero sigue igual de feo".

                     De repente, luego de aquella tarde de invierno, empezó a visitarnos de vez en cuando y yo me acerqué a su familia de nuevo, ya todos estaban grandes y por razones que no caben en esta historia, ambos llegamos a adoptarnos: "Madre... ahí tienes a tu hijo, hijo, ahí tienes a tu madre"; a mi parecer, eso pasó, no sé si para ella significaba lo mismo, pero la conocí mucho mejor en aquel tiempo; conocí sus manías, como el café y el cigarro, de las cuales me quedé con la del café pasado, conocí su pasión por la lectura y su vicio por los crucigramas; algunas tardes la encontraba llena de enciclopedias sobre el sillón, buscando la respuesta del Geniograma del periódico "El Comercio"; se devoraba todos los libros que tenía en casa, libros que yo me había pasado años tratando de leer y comprender.

                      Nos sentábamos a conversar de la vida y de nuestros sueños, de cómo sería nuestras vidas en algunos años, me cortò el primer mechón de cabello cuando yo ingresé a la Universidad y de vez en cuando tuvo la confianza de llamarme la atención por lo que hacía mal, aún cuando yo me resentía. Su adicción a la lectura se me quedó, la veía criticar y corregir a los redactores de "El Comercio" o de la revista "Somos", que salía los sábados; y yo pensaba, cómo una mujer, al parecer tan sencilla, tenía tanto talento escondido y por qué nunca escribía nada. Las pocas veces que me animé a escribir, me corregía la ortografía y hasta renegaba de cómo acomodaba las frases, pero así era ella.

                      La vida nos alejó de nuevo y regresó a Japón, resentida conmigo por malos entendidos con terceros; ya no hubo tiempo para disculpas, ni para abrazarnos, ni para 100 gr. de puro café, como tanto nos gustaba. Luego de eso, toda la familia se volvió a ir del vecindario y con ellos se fueron los recuerdos de una mamá sustituta que me dió cobijo en mi adolescencia. Nos volvimos a perder por muchos años, nacieron mis hijos y sus nietos, la soledad me obligó a escribir y compartir mis sentimientos, en medio de una imaginación que hasta ese momento desconocía y nos alejamos todo lo necesario para poder seguir con nuestras vidas, tal vez, con la esperanza de encontrarnos algún día.

                        La vida termina haciendo su trabajo, al igual que el tiempo. Una noche, luego de doce años, me mandó un mensaje por el Facebook; lo leí muchas veces para entender que era ella y que ese mensaje era para mí, porque decía: "Hijo mío,al fin te encuentro", las lágrimas se me cayeron en medio de tantos recuerdos y tanta nostalgia; luego contesté aquel mensaje y luego vinieron otros más hasta que pudimos usar la cámara web y vernos un ratito y escuchar nuestras voces.

                        Ella sigue en Japón y sigue igual también, el mismo cabello largo, la misma mirada tierna rebuscada, la misma voz de golpe mortal  ( "kiaaaa...") y la misma forma de decir  "Te quiero, hijo". Dice que sigo siendo el mismo chiquillo aventurero y soñador que dejó a los 18 años, que casi nada en mí a cambiado; pero la vida nos ha hecho madurar a los dos, ahora estamos más calmados, ya no vamos tan aprisa ni a tantos lados a la vez, ahora podemos decir lo que sentimos con más amor que antes.

                           Ahora yo prefiero que corrija lo que escribo antes de subirlo al blog, pero sé que luego vendrá la crítica y las correcciones y para otras personas eso sería incómodo, para mí es como tenerla cerca, muy cerca.

                          Tal vez ,yo no escribo para el "Somos", acà en Perú, pero hoy escribo para ella, creo que se lo debo, por todos los años que no pude decirle cuànto la quería.~



Publicado por Btorres el viernes,30 de marzo de 2012 en el blog PASEANDO POR MI CORAZÓN   (  http://btorresmelgarejo.blogspot.com  ) y transcrito en el presente blog,con el permiso del autor.


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Mi agradecimiento a Boris, hijo en mi corazón, que se tomó el trabajo de dedicarme esta crònica, la primera mención escrita en letras de molde, a esta humilde aficionada a las letras, que a la vez , le agradece el haberme iniciado en el mundo de Blooger; considero que la creación de LOS CAMINOS DE LA MEMORIA, se debiò en gran medida al estímulo que recibí de parte de él para incursionar en esta maravillosa experiencia literaria. Visto de ese modo, es más lo que yo le debo a mi querido Boris, porque despertó en mí la inspiración inicial, tantos años dormida en el fondo de un espíritu encadenado a la rutina de una vida que empezaba a languidecer y que hoy vuela libre, para proclamar que estoy aquí, que existo y que todo tiene sentido si perseguimos nuestros sueños y conquistamos espacios, aunque no siempre lo logremos . La bùsqueda ya es un comienzo. Gracias,hijo.




lunes, 4 de junio de 2012

TESOROS FAMILIARES


                     


TESOROS FAMILIARES

                     Hoy me propuse hacer una limpieza profunda de la casa para deshacerme de todos los trastos inútiles que había acumulado en estos veinte años en Japón; había estado posponiendo esto por mucho tiempo y consideré que era el momento adecuado para hacerlo. Abrí armarios y roperos, dispuesta a acabar con todo de una vez. 

                   Lo que sucedió fue diferente. De pronto me transporté en un viaje en el tiempo que desconectó mi mente del presente y me remontó a la niñez. Cada cosa encontrada entre las cajas tanto tiempo olvidadas, cobraba vida ante mis ojos; entonces entendí por qué estaban allí guardadas, en espera de que otra vez fueran descubiertas por mí.

                    Empecemos por lo inmediato: encontré un sofisticado teclado inhalámbrico, primorosamente guardado en su caja original de fábrica, con catálogo incluido, tal y como llega de la casa comercial y me pregunté por què no lo habìa mandado a la basura el día en que dejó de funcionar (lo habìa usado unos pocos meses) y el gerente de la empresa donde lo había adquirido, me dijo que el USB (sì,ese dispositivo raro que se conecta al ordenador para que funcione) estaba dañado y que no había repuesto. Me negué a comprar uno nuevo y conecté mi teclado viejito, con cables y todo y me olvidé del que se había estropeado. Entonces, mi querido Adolfo se ocupó de guardar todo en su caja y ... ¡al rincón de los recuerdos!. Hoy, al encontrarlo, lo aparté a un lado para enviarlo a la próxima colecta de basura no incinerable que sería dentro de tres días; cuatro años en el armario habían sido suficientes para mi.

                    Pero esa caja me tenìa inquieta y mientras acomodaba otras cosas, la veía una y otra vez hasta que decidí darle un vistazo. Me sentí la persona más tonta del mundo cuando descubrí que lo único que necesitaba ese teclado era un cambio de pilas para volver a funcionar. Cuando logré ponerlo otra vez en marcha, me alegré de que Adolfo lo hubiera guardado; el teclado es maravilloso porque es màs que un teclado, es un Comando de Media Center con múltiples funciones y casi se pierde por un absurdo descuido.

                     En realidad,el objeto de este artìculo no es hablar del aparato en menciòn, esto sólo fué un preámbulo para lo siguiente. Encontrar y evaluar cada objeto encontrado entre mis armarios y cajones fué zambullirme una y otra vez en un mundo casi olvidado de recuerdos que empezaron a aflorar a mi memoria. Unos llaveros comprados en el aeropuerto de Narita, me recuerdan el último viaje desde Perú, en 1999, cuando pensaba que en tres meses estaría definitivamente de vuelta a la Patria y creyendo que era la última vez que pisaba Narita (el siguiente viaje serìa por el aeropuerto de Nagoya), me esmerè en comprar souverirs  de aquel aeropuerto (si serè cursi...).

                     Encontré también los cuadernos de dibujos de Muro y Kiara, con esos trazos típicos de los niños de Educación  Inicial y fueron inevitables las lágrimas,aún no me acostumbro a tenerlos tan lejos de casa. Luego fueron las fotos de todas las épocas y las fui viendo, una a una, con la nostalgia por tiempos pasados e irrepetibles. Y todo eso me llevó finalmente a la niñez,  en la casa familiar; recordé que en  casa teníamos un lugar que llamábamos "el depósito"; era una habitación (y a veces ,dos) que servía para guardar todas aquellas cosas que no usábamos a diario, pero que a futuro, podrían ser útiles. En mi mente infantil, aquel lugar era casi mágico, algo asì como una cueva de tesoros, con los objetos más insospechados e interesantes que se pudieran ver. Los recuerdos que el abuelo y mi padre trajeran de Okinawa, se mezclaban con otras cosas que mis padres y hermanos mayores acumularon por décadas y que al final, permanecían allí, olvidados por el tiempo.

                     En el depósito estaba el "cofre del tesoro", con los libros que tanto me gustaban y que yo inspeccionaba siempre que podía. A veces encontraba cosas curiosas, como un pequeño libro con mapas de Japón, era una especie de Atlas de bolsillo que alguien cargó para no olvidar el camino a la Patria; increíblemente, aún lo conservo en mi pequeña biblioteca, ya no tiene uso práctico, ahora se usa el GPS para ubicar lugares, pero es un bonito recuerdo del pasado y me emociona pensar que papá y el abuelo lo tuvieron alguna vez entre sus manos.

                     Son pocas las cosas que hemos podido conservar de aquellos días, distribuídas indiscriminadamente entre algunos miembros de la familia, especialmente las fotos familiares, pero en estos días, hemos logrado un gran avance: mi sobrino Fernando, hijo de mi hermana Akemi, tuvo la brillante idea de crear un grupo privado para la familia Higa, en el Facebook  (cosas de esta Era Cibernética) para intercambiar vivencias, fotografìas y todo aquello que pueda lograr una mayor integración de la familia.

                     La respuesta fue inmediata, día tras día se van agregando los miembros de la familia y yo me siento muy felíz por compartir con todos. La existencia de este blog no tendría mayor relevancia si no fuera porque escribo en función de mis potenciales lectores; y son todas las personas que, al margen de ser o no, miembros de mi familia, se identifican con este sentimiento de búsqueda de sus propias raíces, porque sòlo sabiendo nuestra historia pasada, aunque  sólo sea con temas referenciales, podemos construír nuestro propio mundo a partir de entonces.

                     Puede haber opiniones adversas a las mìas,pero soy de las personas que agradece al Cielo por poder rescatar, aunque sea en parte, el conocimiento de mis orígenes más próximos; me niego a aceptar la vida como un contador de tiempo, que se inicia con el "0" a partir del nacimiento. Hay una historia que leí hace un tiempo y que luego voy a reescribir en la sección PÀGINAS de este blog y que en resumen tiene una frase que es de reflexión: "YO SOY PORQUE NOSOTROS SOMOS"; y es una gran verdad, nadie es nada de forma individual, la sociedad se crea a partir de los individuos y estos tienen un origen que los identifica. Así que, empecemos por la familia, con todo lo bueno y lo malo que nos haya tocado vivir, con todos los errores que pudieron cometer nuestros padres, también ellos fueron seres humanos, como lo somos nosotros y como erraremos con nuestros propios hijos porque nadie está libre de equivocar decisiones.Tratemos de aprender las cosas buenas que nos enseñaron alguna vez y utilicemos los errores pasados para mejorar nuestras vidas.

                      Finalmente, deshechè sòlo el 10% de las cosas acumuladas en casa, el resto regresó a los cajones y armarios hasta la próxima vez en que decida que no todo lo que poseo es "tesoro familiar"... ¡No tengo remedio!.




                     

                     

sábado, 2 de junio de 2012

NOSTALGIA

NOSTALGIA

MURO Y KIARA RUMBO A PERÙ
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                    Salí a caminar. No tenía un destino prefijado, era sólo eso, caminar. No recuerdo cuánto tiempo había pasado desde la última vez que pisé la calle, tal vez dos semanas; y el departamento -en otros tiempos tan estrecho- se me hizo grande; antes de las seis y media de la mañana, Adolfo pone rumbo al trabajo y yo debo esperar, al caer la tarde, para volverlo a ver. De pronto el silencio se hizo insoportable; había tenido por unos días en casa a Keiji  -el nieto de Adolfo- porque se encontraba convalesciendo de un pequeño mal, del cual se recuperó sin problemas. Esos días fueron, a pesar de la enfermedad de Keiji, muy estimulantes para mí. La casa respiraba vida porque había un niño endulzándome la tarde.

                              Él regresó a su vida y a su escuela - lo cual me alegrò mucho - pero también me dejó una sensación de vacío porque me trajo recuerdos de otros tiempos. Hasta hace sólo un año, tenía un par de nietos, inquietos y bulliciosos, correteando por la casa, pero hoy no están más aquí; cambiaron su vida japonesa por un nuevo mundo en español. Muro y Kiara viajaron a Perú con su madre, mi hija Sofìa y desde entonces, mi vida dio un vuelco. La nostalgia me invade con frecuencia, extraño las carreras a la escuela, la vuelta a casa por las tardes cuando, invariablemente, me pedían que les tomara fotografías mientras caminaban por la calle, siempre posando para la cámara, como mini-modelos en busca de la fama. Y las tardes de juegos; Muro llenando de robots la casa y Kiara, con esa vena artística tan suya, dibujando en cuadernos y paredes.

                     También extraño las largas conversaciones con Sofi cada noche, después de acostar a los niños, tratando de compensar los años que estuvimos tan lejos, la una de la otra, cuando la vida me trajo a este país y ella tuvo que quedarse con sus hermanos en Perú. A veces las conversaciones se prolongaban hasta la medianoche y los temas eran interminables, hoy la rutina es otra.

                    Tal vez por eso salì a caminar, para romper rutinas. Y mientras caminaba, me preguntaba dónde estaban los millones de japoneses que, según las estadísticas, pueblan estas islas. Las pocas personas con las que me cruzaba en el camino parecían personajes vistos a través de una película y me ví, veinte años atrás, cuando en una de mis primeras conversaciones con mi hermano Roberto, quien tenía más tiempo que yo en Japón, éste me dijo que Japón era un mundo plástico, como una película en colores brillantes y que nosotros, los extranjeros, estábamos en este mundo de fantasía, asumiendo roles, como protagonistas, o sentándonos en una butaca de cine, como espectadores; en ese entonces, no entendí sus palabras. Después de dos décadas, rememoro esa conversación a la luz de una experiencia acumulada en veinte años y le doy la razón, salvo en un detalle; no tenemos opciones: somos protagonistas y espectadores, todo a la vez.

                    Luego del tiempo transcurrido, mi percepción sobre Japón a variado en algunos aspectos y hay cosas que, lógicamente, me afectan bien o mal , en el país anfitrión, pero realmente, pierde relevancia cuando hay cosas más importantes en que pensar; y mi pensamiento tiene que ver básicamente con los sentimientos a los seres  queridos que hoy no tengo a mi lado y a quienes no puedo dejar de recordar cada día. Son hijos y nietos, ausentes de mi casa, pero no de mi corazón; son aquellos que traspasaron fronteras y ampliaron sus horizontes en busca de mundos mejores.

                                        Regreso a casa, después de la caminata por ese mundo plástico que encontré en las calles y vuelvo a mi mundo real, este que me construyo día a día, en la soledad de estas habitaciones, tan vacías durante el día, esperando el regreso de Adolfo, para que me dé ese abrazo, tan suyo, que me haga recordar que somos dos para enfrentar estos tiempos y mientras tanto, voy preguntándome cuando llegará el día en que  volveré a tener a todos los míos frente a mí. Sin duda, son épocas duras, pero estoy segura, ese día llegará.