viernes, 17 de agosto de 2012

DE EXPERIENCIAS PARANORMALES...cuando se deja de temer a la muerte.

DE EXPERIENCIAS PARANORMALES... cuando se deja de temer a la muerte.

                                     Era Agosto de 1958 y yo tenía cinco años. Mi hermanito Roberto tenía casi tres meses de edad y era un rollizo bebé, muy activo y saludable y a falta de una muñeca, a mí me encantaba jugar con él como si fuera un muñequito de carne y hueso; pero cuando jugaba con él, los ojos se me desviaban siempre a una cuna donde había otro bebé con quien no podía jugar. Se llamaba Luis, tenía dos años y por alguna razón siempre estaba allí, echado cuán largo era, sin hablar y sin moverse; había nacido cuadrapléjico, pero eso es tema que no lo sabría hasta muchos años después. Y fué entonces que tuve mi primera noción de la muerte. Luisito enfermó y murió. De aquel suceso sólo me quedó la imagen de los candelabros de pedestal que rodeaban su pequeño y blanco ataúd que, a manera de grandes cirios, iluminaban sus restos. A mi hermana Akemi y a mí, no nos permitieron permanecer en el velorio, pero ambas nos arreglamos para escapar del dormitorio y atisbar por una ventana lo que ocurría en el velatorio.

                            ¿Cómo asimila una niña de cinco años el concepto de "muerte"?. Lo que recuerdo es la sensación de ausencia inmediata; de pronto, Luis no estaba más, había desaparecido de casa y de nuestras vidas. Pero éramos tantos en la casa, que pronto acepté lo sucedido con la inocencia de mis cinco años. Con el tiempo supe que antes de Luis, hubo otra hermanita llamada Teresa quien había fallecido a corta edad, razón por la cual, no la tenía en mis recuerdos. Y pasaron cuatro años más hasta que la sombra de la muerte se posó nuevamente sobre nuestro hogar.

                           Tenía nueve años cuando murió mamá. Supongo que la edad que tenía entonces, aunado al hecho de que se trataba de mi madre, me daba un concepto más real y trágico de la muerte; de cualquier forma, acepté la nueva situación con más rapidez de lo que cabría en una niña de mi edad. Había una sola cosa que no acepté desde entonces : los cementerios, tal y como se acostumbra en la tradición cristiana. Desconocía entonces, las costumbres de otras culturas, pero  -por algún atavismo ancestral, supongo-  me preguntaba, muy calladamente,  porque no cremaban a los muertos -por supuesto, el término "cremación"  aún no se encontraba en mi vocabulario- pero supe desde entonces que jamás aceptaría un cementerio como última morada, no de la forma en que se acostumbra  en nuestra sociedad.

                         A los dieciocho años me encontraba estudiando en la Universidad y conocí a dos chicas más o menos de mi edad con las que entablé una amistad. Ambas tenían serios problemas personales y un día en que ellas, llorando hasta la desesperación, coincidieron en contarme sus respectivas vicisitudes; y yo, al no saber cómo repartirme en frases de consuelo para calmarlas, les propuse salir del claustro de estudios y caminar un poco, con la esperanza de que eso sirviera para menguar aunque fuera un poquito, sus tristezas. Nos dirigimos al centro de Lima y en el Jirón de la Unión, nos encontramos con una Iglesia muy antigua, la Iglesia de la Merced. Una de ellas propuso entrar a rezar un rato y yo las seguí casi sin pensarlo. En el interior habían muy pocas personas, yo observaba todo con curiosidad porque era la primera vez que ingresaba a ese lugar.

                                   La iglesia era muy barroca y el olor de cirios encendidos inundaba el ambiente. Constaba de una nave mayor y otras laterales; las imágenes  poblaban las paredes y las tres caminabamos sin saber en dónde detenernos. Nos fuimos por el lado derecho y observábamos los pequeños altares cuando nos encontramos con la imagen de la Virgen María -los católicos tienen representaciones de la Virgen María  ("Fátima" , "Lourdes" , "Rosario" , "Inmaculada Concepción" , etc. etc. )  en una gran variedad, según situaciones bíblicas o apariciones históricas que se han dado en el tiempo y que, en mi humilde opinión, provoca a veces confusión entre los fieles creyentes; a lo largo de mi vida me he encontrado con extrañas conversaciones de personas con temas como: "yo tengo mucha fé en mi Virgencita de Fátima"  y luego otra creyente diciendo "ah no, mi Virgen del Rosario sí que es muy milagrosa, ella siempre escucha mis peticiones", como si hablaran de distintos personajes... y así por el estilo.

                        Lo mismo ocurre con la veneración a las imágenes de Jesús en sus diferentes manifestaciones, pero como esto es un asunto de FÉ , no voy a hacer tema de debate porque no es el propósito de este artículo y la religión como tal, pertenece al discernimiento de cada quién. Así que volveré a mi historia.

                           Por algún extraño designio, mis amigas y yo nos arrodillamos ante la imagen de aquella Virgen en actitud de oración; no sé que rezaban las chicas, pero yo me puse a rezar el "Padre nuestro" y el "ave María" una y otra vez, como una letanía, sintiéndome un poco culpable por mi poca voluntad para la oración ante esa Virgen cuyo nombre particular desconocía... y entonces sucedió.

                          Levanté mi vista ante la imagen y esta se transfiguró ante mis ojos; una luz iluminó la espalda de la imagen, como si hubiera una lámpara fluorescente detrás de ella, el rostro adquirió un tono extraño, como si tuviera una textura real y fuera una persona de carne y hueso, sus ojos me miraban con un brillo especial y sus manos extendidas, se movían ante mí. No sé cuánto tiempo la observé, fascinada. Recuerdo que de sus brazos colgaban innumerables relicarios de plata -tal vez recuerdos de devotos agradecidos,no lo sé-  y estos se movian al compás de sus brazos. De pronto recordé a mis amigas y volví el rostro para verlas.

                        Les pregunté si ocurría algo raro pero en realidad, la pregunta estaba demás: ambas estaban lívidas, mirando con sus ojos y sus bocas abiertas, contemplando lo mismo que yo y asombradas, al igual que yo. Les pregunté, simulando una serenidad que no poseía en esos momentos, qué les ocurria y me fueron relatando lo que iba sucediendo ("movió la cabeza", "levantó el brazo derecho", "extendió la mano izquierda"...); mis amigas iban describiendo lo que veían y era lo mismo que yo observaba frente a mí. Luego, la luz se apagó y la imagen volvió a ser una figura de yeso, como al principio.

                        Salimos del lugar sin pronunciar palabra y ahora que lo pienso, creo que no tuvimos oportunidad de volver a hablar del asunto. Sólo recuerdo habérselo contado a un compañero de la Facultad que me escuchó en silencio, con una frialdad que me hizo pensar en su incredulidad, aunque luego me quiso aclarar que él estaba "encomendado" a la Virgen María desde su nacimiento porque su madre era "legionaria de María" o algo así y que sí creía en mi relato;  la verdad, fuí yo la que nunca más creyó en él.

                     Lo extraño de esta historia es que, veinte años después, volví a esa iglesia y busqué infructuosamente el altar menor  donde aparentemente se encontraba aquella Virgen y encontré imágenes de distintos santos, pero ninguna parecida a la Señora de mi relato... ( ¿sería la mismísima Virgen de la Merced a quien se dedicaba esa Iglesia?... ¡vaya una a saber! )

                       Siempre me he preguntado por qué nos ocurrió eso, tal vez porque desde pequeña, a pesar de haber sido educada en escuelas que promovían la religión católica y de haber cumplido con los sacramentos que me iban presentando como necesarios, en mi fuero interno, siempre cuestioné a la Iglesia como institución y mi fé se caía ante los hechos históricos y las experiencias que veía a mi rededor.

                        Unos años después murió papá y durante un tiempo, no sé si fué producto de la nostalgia pero lo vi, despierta y a todo color, en el patio de la casa que habitábamos en Santiago de Surco y en la chacra que poseía mi padre en Pachacámac. En realidad, no fuí la única que volvió a verlo o escucharlo, pero eso es materia para otro artículo. En su propia religión, se dice que el alma de los difuntos tardan cuarenta y nueve días en recorrer su camino hasta el destino final que le corresponde. De cualquier forma, pudimos verlo dentro de esos cuarenta y nueve días.

                       Un par de años después, sufrí un pequeño accidente al caer de un autobús en marcha y en esa fracción de segundo que duró mi  caída, antes de impactar mi cabeza contra el asfalto, pude ver las luces de los autos que venían hacia mí, pensé que me arrollarían  y que había llegado el momento de mi muerte. Lo que siguió fué un fenómeno experimentado por muchas personas: pude ver y sentir otra vez, mi vida completa, pero en regresión, hasta llegar a mis primeros recuerdos. Algunos expertos le dan una explicación muy científica al tema de "la película al revés" que experimenté en aquella ocasión, pero yo no voy a desgastar la materia gris de mi cerebro, tratando de encontrar las razones de lo sucedido.

                        Y  aquí viene "la madre del cordero", la razón principal de esta crónica y mi historia favorita. Quiero aclarar que este y todos los artículos que publico, son hechos reales, tal y como ocurrieron - a menos que mencione testimonios de otras personas, de quienes reproduzco sus relatos, sin menoscabo de la buena intención de quien lo narró ni de la que escribe. Cuando entre en el terreno de los relatos de ficción, me encargaré de informar a los lectores.

                        La siguiente historia ocurrió cuando yo tenía veintitres años de edad y acompañé a unos familiares a la zona de emergencia del Hospital Militar de Lima-Perú. Los pormenores del caso que me llevó a ese Hospital, aunque tenga relevancia para mí , no es el tema de la historia, por lo que lo voy a obviar. Lo cierto es que, estando en la sala de recepción de Emergencia, sufrí un problema con mi presión arterial, lo cual era un tema recurrente en mí; desde muy niña, sufría de presión baja y solía desmayarme por  los más simples motivos que, en determinado momento, me pudieran afectar o impactar. Normalmente, me mantenía firme ante situaciones fuertes y estresantes para la mayoría de personas, pero a veces me desvanecía por nimiedades cuando nadie lo esperaba. Aquel día fué el fuerte olor a medicinas y desinfectantes que me provocaron naúseas y que, lógicamente, yo trataba de manejar con discreción.

                        Me avergonzaba de hacer saber a la gente, la poca tolerancia que tenía a los olores fuertes; desde que yo recordara, sufrí por muchos años de bronquitis asmatiforme y diversos problemas relacionados al aparato respiratorio y siempre estuve atiborrada de medicinas que me curaron superficialmente, pero me dejaron obstruída, hasta la fecha, los senos cavernosos de mi cara, algo que ni los médicos japoneses aquí, reconocen como sinusitis, pero que aparentemente, no consiguen sanar. Hasta hoy y desde siempre, a la menor señal de gripe, el asunto se empeora... pero este tampoco es el tema.

                        Aquella noche, perdí el conocimiento en medio de la sala de recepción de Emergencia, según me contaron después, mis manos se agarrotaron, mis ojos se pusieron en blanco y todo mi cuerpo parecía luchar por despertar. Lo cierto es que en esos momentos yo no estaba allí: había sido lanzada al espacio, volaba desnuda, sintiendo un vientecillo muy fresco y agradable recorriendo toda mi piel, pero no volaba a voluntad, la sensación era como si estuviera parada sobre la cabina de un camión muy alto que se deslizara a mucha velocidad -realmente, a una gran velocidad- y el cielo era un espacio completamente oscuro, sin nubes ni estrellas y la pista por donde me desplazaba, era una banda de luz blanca en vez de una carretera de asfalto y cemento. Al final había un punto muy iluminado a donde yo iba. Sentía paz, felicidad y no existía más dolor ni mareo, ni náuseas, nada que sugiriera la presencia de malestares físicos y algo me decía que al final de esa luz estaba el lugar de la felicidad absoluta. Todo el recorrido estuvo bien hasta que una voz muy terrenal gritó mi nombre al oído y otra vez estaba de vuelta en la sala de Emergencias.

                           Abrí mis ojos y veía los rostros de la gente muy distorsionados, como si  estuviera dentro de una campana de cristal y la superficie cóncava deformara todo lo que tenía alrededor; luego,volví a cerrar los ojos y me dediqué a oír lo que sucedía. Una enfermera gritaba que yo no podía estar viva  porque no había pulso ni presión arterial. El médico dió una orden y yo fuí sujetada con correas a una camilla y puesta de cabeza, mientras ordenaba una buena dosis de codeína  y  coramina( o algo así ). De pronto, sentía la aguja de una hipodérmica, atacando mi cuerpo inmóvil... y todo eso sucedía mientras la enfermera insistía en que el tensiómetro marcaba "0". Finalmente, abrí mis ojos y el médico me miraba con un tremendo orgullo, luego me indicó que podía descansar media hora y estaría lista para volver a casa. El problema fué que una enfermera - al parecer,una novata -  no fué muy hábil al colocarme una de las inyecciones y me dejó una cojera que demoró varios meses en curarse (afortunadamente, ese problema no dejó secuelas).

                        Tardé varios meses en atreverme a contar mi experiencia en esa especie de "viaje astral" que hizo mi espíritu, desprendiéndose de mi parte carnal y sólo obtuve  burlas de quienes me escucharon por lo que, finalmente, decidí callar lo sucedido.Unos años después (no recuerdo con precisión el tiempo transcurrido),llegó mi hermano menor,Roberto,de visita a mi casa y me contó de una película  que vió aquella noche en el cinema, en Avant Premier y se titulaba algo así como "Vida después de la vida" y que mostraba  testimonios de varias personas que habían tenido experiencias parecidas a la mía, especialmente - me dijo entonces - una de las historias era casi igual a tu relato..." me llené de emoción al oirlo, Roberto había sido la única persona que que no se había reido de mí, en aquel entonces. Entonces supe que ya no callaría más, porque no había verguenza en lo ocurrido y no estaba sola en ese conocimiento, otros como yo, lo habían experimentado tambien.

                         Desde entonces, me reconcilié con la muerte; ella no es más esa señora de negro con larga guadaña que tanto asusta al común de la gente, es el ángel de la luz que me ha de encaminar a mejores senderos. La gente se aferra a su tierra , sus  posesiones materiales, su mundo plástico; los tiranos expanden sus fronteras y libran batallas para obtener más riquezas, sabiendo en el fondo que ante la muerte, todo se queda aquí y nada se transporta al otro lado de la Luz. Pero esto es algo que cada quién debe experimentar, yo regresé para dar mi testimonio y ,al margen de las creencias que profese (...o no profese ) cada persona, esto es lo único de lo que puedo dar fé sin temor a equivocarme, el Sendero de Luz existe, yo lo recorrí. 

                       

2 comentarios:

  1. muchas personas suelen hablar de los tuneles u otro tipo de viajes, yo creo en todos ellos, pero tambien en los que esos viajes no son tan hermosos, por ello es mejor llevar una vida plena y sin remordimientos para que cuando nos toque solo veamos caminos de luz. besitos

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    1. Querida amiga: Tienes razón,tal vez ,no todas las experiencias sean tan hermosas;lo que cuento en esta crónica es mi propia vivencia y para mí,fué extraordinariamente maravillosa.No sé si la próxima y definitiva vez,sea igual a lo que ocurrió entonces,pero espero que así sea.De cualquier forma,yo intento hacer en mi vida,lo mejor que puedo,para que al final del camino,aquella Luz esté allí para guiarme,esta vez,hasta aquel punto al que no pude llegar.Gracias por dejar tu comentario.Besos.

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