lunes, 19 de noviembre de 2012

CORREOS MANUSCRITOS...¿COSA DEL PASADO?

CORREOS MANUSCRITOS...¿COSA DEL PASADO?

                           Ocurrió hace más de cuarenta años, pero lo recuerdo como ayer. Un día cualquiera, me encontraba hojeando una vieja revista mejicana que llegó a mis manos de manera casual y me encontré con una página dedicada a la búsqueda de nuevos amigos en los países por donde circulaba la revista en mención. Por una suerte de inspiración súbita, tomé lapicero y papel y escribí a la revista, dando mis datos personales y solicitando la amistad de quien tuviese a bien responder a mi inquietud. Al pasar los meses, olvidé el asunto y seguí con mi vida.

                    Un día, estaba realizando un trabajo de investigación en el curso de idiomas y fuí en busca de cierta información a la oficina de Correos de mi localidad. La administradora del lugar, al preguntar mi nombre, se sorprendió de la extraña casualidad que suponía mi presencia en el lugar, porque justamente aquel día había decidido devolver al remitente, una carta que había llegado a la oficina un tiempo atrás y que estaba dirigida a mi persona. Muy felíz, me hizo entrega de la carta, que llegaba desde España... ! la primera carta de mi vida !. Al fín alguien me respondía a la solicitud -casi olvidada- de amistad internacional. Esa misma noche respondí a  la misiva de mi nuevo amigo.

                     Al llegar a la oficina de Correos para depositar mi carta de respuesta, la encargada me sorprendió con otra que venía esta vez de Nueva York y la escribía un joven colombiano de nombre Jorge Humberto Patiño L. De alguna forma supe que aquella carta sería el comienzo de una amistad muy especial y le respondí de inmediato.

                    El número de mis corresponsales fueron en aumento y procedían de diversos países: México, Panamá, Puerto Rico, República Dominicana, Colombia, Curaçao, Aruba, Venezuela, etc.etc. hasta alcanzar la suma de 42 personas -la mayoría jóvenes como yo- que deseaban intercambiar ideas, postales, fotografías, sellos postales, en fin, todas aquellas cosas que nos era tan afines en esa edad. Algunos escribían con cierta regularidad, otros, sólo de vez en cuando, pero hubo algunos casos en que se volvió una rutina semanal, lo cual es mucho decir, teniendo en cuenta lo lento que es el correo en la mayoría de países de habla hispana. Durante varios años , no hubo día en que no encontrara al menos una carta de uno de mis nuevos amigos en mi buzón de correo. Me nutría de historias y de hermosas imágenes de lugares que tal vez jamás conocería, me enteraba de sus vidas y sueños, lloraba con sus penas y reía con sus logros; fué realmente una época maravillosa. Con el transcurrir del tiempo, las nuevas obligaciones en la Universidad a la que había ingresado absorvian mi tiempo y las cartas fueron espaciándose hasta perder todo contacto con mis corresponsales. Una mudanza intempestiva de casa me hizo perder los nombres y direcciones de todos ellos y de ese modo, la esperanza de reiniciar la comunicación , allí donde lo había dejado.

                       Al pasar los años, hubo cambios increíbles en la comunicación y el Internet nos abrió nuevas puertas con la llegada de las redes sociales a nuestras vidas. Encontré en el Facebook algunos nombres de entonces que recordaba  y escribí con la esperanza de volver a comunicarme con algunos de ellos, pero nunca obtuve respuesta; cuarenta años no pasan en vano...

                     Pero hubo un nombre que nunca olvidé: JORGE PATIÑO, aquel colombiano que vivía en la 4ª Avenida de New York y cuyos sueños de estudiar Medicina en la Universidad de Nueva York, lo llevaron lejos de su Patria, al lado de su madre y un hermano mayor. El intercambio de larguísimas cartas y de postales neoyorkinas y peruanas podría haber dado varias vueltas al mundo, si pusieramos imaginariamente cada hoja al lado de la otra; era como encontrarlo cada tarde y sostener una conversación frente a frente. Era como tener un diario de mi vida donde volcar mis alegrías, mis penas y frustraciones y pienso que a él le pasó lo mismo.

                  En algún momento me habló de amor y yo le respondí que esas cosas no se daban en la realidad y que habíamos llegado al punto en que nuestra relación no era el de amigos pero tampoco de amor, yo lo llamé  "una amorosa amistad"  Jorge lo entendió así y a partir de ese momento, pudimos ser más sinceros en nuestras conversaciones. Seguimos contándonos de todo, pero con el agregado de exponer realmente nuestros pensamientos y sentimientos y tener todo en su lugar. Supe de sus romances frustrados y él se enteró de mi primer desengaño amoroso con un compañero de la Universidad y era como llorar en su hombro y saber que él siempre estaría allí para consolarme. Tal vez algunas personas no lo entiendan, pero era una forma de amor que no se contaminaba con las mezquindades del mundo exterior. Dejamos  de comunicarnos hace muchos años pero aún conservo la última tarjeta que me envió por el Día de San Valentín... y aún lloro al recordarlo.

                   No sé si aún me recuerda, no sé si cumplió sus sueños, pero anhelo con todo mi corazón que sea felíz , allí donde se encuentre y por todo lo que significó en mi vida, espero que Dios le colme de bendiciones.

                  Es posible que la nueva generación no entienda ya de estas cosas, las redes sociales son rápidas e inmediatas para el intercambio de ideas y resultan prácticas en una sociedad que parece correr todo el tiempo (aunque a veces no se tenga idea de cuál es la meta que debieran alcanzar), la gente de hoy en día no sabe de la emoción que se siente al plasmar sus ideas de puño y letra y preguntarse que sentirá la otra persona al recibirla; no vivirá la inquietud de esperar la siguiente misiva y de abrir las cartas con mensajes y dibujos hechos al azar, donde encuentras, no sólo palabras, si no todo el sentimiento puro de alguien que dejó todo de lado, para brindar un poco de su tiempo  y dedicarlo a tí; tocar las hojas y sentir el calor de la mano amiga, que la tuvo antes entre las suyas... son experiencias que no dá un ordenador en esta era cibernética.

                 Hoy utilizo un ordenador, como la mayoría de personas que deben adaptarse a los cambios que la ciencia del siglo XXI nos impone, pero tengo la alegría de pertenecer a una generación que vivió una época privilegiada en las relaciones humanas, pero capaz de aceptar que algunos cambios tambien tienen sus ventajas... aunque no pueda evitar la nostalgia por los tiempos vividos.


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