martes, 12 de junio de 2012

SUPERANDO TRISTEZAS

PAPÁ EN EL FUNDO NARANJUELO

SUPERANDO TRISTEZAS

                               Dicen que soledad significa estar solo, sin compañía; entonces... ¿qué es esto que siento ahora, cuando aparentemente debería sentirme la mujer más feliz de la tierra, al lado del hombre más maravilloso que jamás pude encontrar?.

                         Y es que nada se dá ni se recibe por completo; la soledad es una intrusa que se filtra por rendijas insospechadas y se adueña de mis horas, se apodera de mis sueños y somete mi voluntad.

                         Recurro a ejercicios de memoria para acercar con recuerdos a aquellos que hoy me hacen falta; algunos, lo sé con certeza, no volverán a mí, no en este mundo; y estan aquellos otros que un día partieron, por esas cosas que llamamos capríchos del destino o cosas de la vida  -los términos utilizados no importan- dejándome tan sólo la incertidumbre de no saber cuándo acabará esta tristeza.

                        Esta semana, sorpresivamente, el clima en Japón sufrió una baja de temperatura, lluvia y tifón incluídos y la niebla, poco usual en este lugar, ensombrece la tarde. En mi corazón tambien llueve; ¿cómo explicarte mi alma,lo que esta lluvia encierra?. Hoy no están lo pajaritos habituales en mi balcón, sólo el ruido de los autos sobre pista mojada; la ciudad no pierde su ritmo, sólo mi corazón parece detenerse por momentos, pero no es un mal físico, es este dolor que me invade a veces... ¿quién dice que Japón es el paraíso?.

                    Me ví transportada en el tiempo a aquellos días de soledad infantil - a pesar de vivir entre tantas personas-; la soledad es algo muy difícil de manejar cuando se es pequeña y cuando transcurre en una casa donde se vive el día a día y a veces, sólo se sobrevive. No sé como transcurrió la infancia de mis hermanos mayores, cuando aún estaba mamá en casa; sólo tengo relatos fragmentados y algunas vivencias propias que me vienen a la mente como flashes de recuerdos. Trato de rescatar momentos realmente felices y no son muchos, pero al menos, lo intento.

                   La escuela siempre fué un escape para mí: cuando la mayoría de mis amigas lamentaban la obligación diaria de asistir a clases, yo celebraba la llegada de cada amanecer porque significaba un día más de escuela y trataba siempre de demostrar que mi entusiasmo era verdadero. Estudiaba con ahínco y cada nuevo conocimiento era una fiesta para mi espíritu, mi cuerpo seguía pequeño, pero yo me agrandaba por dentro ... y tenía tantos sueños...

                   El tiempo pasó y el colegio se acabó en el año 1970, entonces yo pensé que mi destino sería igual que el del resto de mis hermanos, que no pudieron darse el gusto de estudiar una carrera  universitaria, a pesar de haber sido excelentes alumnos en el colegio. Pero un par de semanas después de acabar el colegio secundario, recibí la visita de unas condiscípulas, quienes me preguntaron si ya había decidido a qué Universidad postularía ese año y yo me quedé fría, porque no supe qué responder.

                    Cuando ellas se marcharon, corrí a la chacra, donde estaba papà trabajando en sus rosales y le pregunté qué posibilidades tenía yo de postular a la universidad, él se me quedó mirando  muy fijamente y luego dijo con cierta vacilación: -"¿tu quieres ir a la Universidad?"- ;  yo le respondí algo esquiva, que si mis amigas lo intentaban... ¿por qué no?.

                    Él se puso la lampa al hombro y me llevó a casa; ya adentro, me preguntó cuánto necesitaba para postular y siempre recordaré la cifra: 1840 soles. Papá abrió la gaveta del dinero y me entregó dos mil, me dijo que el resto era para el pasaje y los extras que se presentaran en el proceso. Yo cogí felíz el dinero y corrí a casa de mi amiga Nora que vivía en el vecindario, para darle la noticia. En los siguientes días, cogí todos los libros de secundaria que tenía en casa y me puse a estudiar (en esos momentos no tenía idea de la existencia de las llamadas Academias de Preparación, a donde iban a estudiar la mayoría de postulantes, para acceder con mayores  probabilidades a los exámenes de admisión, debido supongo, a ese vacío que existe entre la currícula de secundaria y el nivel de conocimiento que deben mostrar los jóvenes que aspiran a una carrera universitaria). Dormía pocas horas porque el tiempo era corto y los libros muchos, y tenía una hermana que se acercaba al menos una vez al día a recordarme que estaba arriesgando inutilmente el dinero de la casa porque tal vez no ingresaría a la facultad y el dinero invertido se perdería en el intento. Recurrí al diazepán para dormir porque el insomnio se volvió recurrente y el stress me consumía. Pero aprobé los exámenes sin dificultad y tuve que enfrentar otra vez a papá, cuando me enteré que luego del ingreso, había que pagar una matrícula antes de empezar las clases y cuyo monto fluctúaba entre los mil y cinco mil soles. Fué entonces que me enteré por mis hermanas, de que aquella primera vez que hablé de la Universidad con mi padre, este buen hombre me había entregado los últimos dos mil soles que poseía y que durante el par de meses que transcurrieron desde entonces, papá había tenido que hacer malabares para sostener a la familia; y entonces comprendí la ira de mi hermana y las presiones a las que fuí sometida entonces. Total, la psicología no estaba de moda entonces y en casa no sabíamos cómo reaccionar ante situaciones extrañas.

                    Papá contrajo una deuda para que yo pudiera matricularme en la Universidad. Me tocó pagar dos mil quinientos soles, una cantidad bastante considerable para nuestra realidad económica familiar. Ya estando en clases, me enteré que había trabajos de medio tiempo para universitarios y estuve considerando esa posibilidad, pero papá se negó a que lo hiciera. Me dijo que mientras él estuviera vivo, vería la forma de enviarme a estudiar, así que yo cogía mis tres soles diarios para el pasaje de ida y vuelta en el autobús y me iba a la facultad. Pero entonces sucedió: papá murió intempestivamente cuando aún yo  no terminaba mis estudios y todo se transtornó para mí. Dejé por un tiempo la Universidad y cuando al cabo de un año quise retomar mis estudios, un "personaje" del Vice-rectorado de la Universidad, cuyo nombre no soy capaz de recordar, me dijo que todos mis documentos de los años anteriores habían "desaparecido" misteriosamente, pero que podrían aparecer a cambio de una fuerte suma de dinero, cantidad que por supuesto, yo no poseía. Eran tiempos de  Dictadura Militar,y las Universidades habían perdido su Autonomía Universitaria, los gobernantes de turno tomaron las universidades por la fuerza y no había a donde quejarse. Así terminé mi primera incursiòn en los niveles académicos de una bonita Universidad Nacional.

                       Cuando pienso en papá, recuerdo cosas como esta historia del ingreso a la Universidad y siento que lo quiero mucho más y que amo su recuerdo, porque aquella vez, pudo decirme simplemente: "NO",  pero eligió no hacerlo y prefirió apoyarme y a pesar de ser un campesino rudo,tuvo la suficiente delicadeza de ocultarme la verdadera y difícil situación económica que se vivía en casa por aquellos días. Lamentablemente, no pude cumplir mis sueños, pero eso no minimiza en  absoluto lo que él hizo por mí en aquel entonces y siempre tendré tiempo para recordarlo por ese amor que tan callado supo brindar,a su manera. No precisaba de dar abrazos y besos a diario -al final,era un japonés a la antigua-, pero siempre nos amó. El próximo domingo es el día del padre y su tumba está al otro lado del mundo, no podré llevarle flores, pero voy a hacer de cuenta que él está aquí conmigo, para poder decirle:  "Felíz Día ,Papá".


                               

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