martes, 27 de marzo de 2012

TIEMPO PARA AMAR

TIEMPO PARA AMAR


                    Apareciò en mi vida,cuando yo sentìa que el otoño se instalaba lenta pero inexorablemente en mi alma...pero era primavera en Japòn y al verlo por primera vez supe que era èl, la persona que siempre esperè, el que viviò escondido aquì,en el fondo sagrado de mis ìntimos sueños, en el espacio secreto que nadie podìa percibir y que nada podìa vulnerar.

                         Las hojas del sakura habìan sido arrastradas por el viento, pero aùn era primavera. Y de pronto, volvì a tener quince años, con mis sueños intactos y mi alma blanca.

                         Era increìble descubrir que el amor era posible, que podìa materializar mis sentimientos a su lado y que èl estaba dispuesto a enfrentar conmigo el reto de volver a intentarlo, de reconstruìr nuestras vidas, de ser otra vez, èl y yo, creando nuestro mundo perfecto.

                         Y aquì estamos ante el mundo , saltando las vallas de los prejuicios, esos que no conciben que el amor pueda lograrse en nuestro tiempo y espacio; pues eso es lo que tenemos :  tiempo y espacio para dedicarnos el uno al otro, para resolver los conflictos internos que atormentaron nuestras vidas en el pasado y que hoy dejamos marchar.

                         Si tuviera que resumir mi vida en pocas palabras, lo situarìa en dos etapas: antes de èl y despuès de èl; porque  antes fuè el caos y despuès, la paz; Paz para pensar otra vez en mì como persona, para encontrarme conmigo misma y aceptarme con mis defectos y mis carencias y saber que aùn puedo lograr cosas en esta vida.

                         Atrapo cada segundo como si fuera el ùltimo, porque sè que efectìvamente, puede ser el ùltimo y es la forma en que veo la vida ahora. Cuando tenìa veinte años, no valoraba el tiempo porque este era solo una idea abstracta en mi mente, como las extrañas creaciones de los pintores de moda en aquellos tiempos y los dìas se fueron diluyendo en la confusa aceptaciòn del "serà despuès" que le dì a mis sueños frustrados.

                         Al pasar los años, me vì con las manos vacìas y el corazòn cansado, y cuando màs sola me sentìa, llegò èl, con esa sonrisa tan suya y su mirada expectante y tierna... Y de pronto el mundo tomò matices distintos para mì.

                         Recuerdo aquella mañana de Junio... Ese dìa, yo tenìa el encargo de atender el comedor de la fàbrica donde laboraba entonces y èl entrò con su uniforme blanco -impecable y nuevo- y se dirigiò a mi encuentro (no tenìa opciòn ya que era la ùnica que se encontraba en el lugar), me hizo algunas preguntas porque era su primer dìa de trabajo y buscaba a la encargada de la Empresa para que lo llevara a su nuevo puesto de trabajo. No sè que pensò èl, pero yo desde ese momento, sentì que nada volverìa a ser igual.

                         Han pasado algunos años desde entonces y aquì estamos juntos, recordando a veces, esos meses de amistad y nuestras conversaciones de sobremesa en el comedor que enmarcò nuestro primer encuentro, el temor inicial a reconocer lo que nos estaba sucediendo y el nacer de este amor que hoy es parte y arte en nuestras vidas.

                         Sabemos que en esta etapa no todo es igual, pero tal vez, esa diferencia lo hace màs especial. No hay lugar para la inseguridad emocional, los celos, los egoìsmos y todas aquellas cosas que un tiempo atràs, ensombrecieron nuestras vidas.

                         Y es que no hay tiempo que perder, el momento de amar es ahora. Seguiremos errando porque somos humanos y caeremos y nos volveremos a levantar. El serà mi muro y yo su bastòn y  tomados de la mano, podemos seguir juntos nuestro camino.

                         Hoy sè que las almas se encuentran en el momento adecuado,no antes ni despuès. Hoy, es tiempo de amar.   

                         

                         

                         

      

COMENZANDO

COMENZANDO

                    Nacì en el seno de una familia de inmigrantes japoneses,  llegados al Perù en la segunda dècada del siglo pasado. Ser la novena hija de doce, presupone cierta desventaja en una familia de humildes campesinos y fuè eso lo que pensè durante mucho tiempo; sin embargo, hoy quiero rescatar de mis recuerdos, los dìas felices que disfrutè en mi infancia: el viento en mi rostro, el bullicio de los pàjaros en un gris atardecer, sacudiendo las ramas de los sauces al volver al nidal.

                    Recuerdo los rosales de papà: hectàreas de flores salpicando el paisaje de colores increìbles y embriagando de perfume la casa. Tambien recuerdo los años en que tuvimos una inmensa granja de aves de corral  -los asiduos al " Kentucky Fried Chicken " me envidiarìan entonces las deliciosas sesiones de pollo frito abarrotando la mesa familiar- .

                    Pero en realidad, mi mejor recuerdo de aquella època, es el de un baùl inmenso que se parecìa mucho a los clàsicos cofres de tesoros de los piratas de cuentos. Y asì lo llamaba yo,  " el cofre del tesoro "... ¡  y vaya que en verdad contenìa un tesoro ! : eran docenas de libros, de esos grandes, pesados y con las letras muy pequeñas que en mis cortos cinco años representaban un reto y un enigma por resolver.

                    Me dediquè a perseguir a mis hermanos mayores para que me explicaran què era aquello de  " leer libros ", aunque luego terminè investigando sola el asunto. Creo que en casa nadie se diò cuenta de cuàndo aprendì a leer realmente, tal vez pensaban al principio, que sòlo jugaba con los libros.

                    Fuì a la escuela por primera vez a los siete años de edad y recuerdo que tuvimos dos libros: el primero era el tradicional " Coquito ", para aprender a escribir y leer. Cuando la maestra Virginia - aùn recuerdo su nombre - se diò cuenta que no necesitaba màs de " Coquito ", me ofreciò el segundo libro que, curiosamente, se llamaba " Ya sè leer "  y tenìa muchas pequeñas lecturas... y yo sòlo querìa que los años pasaran con màs rapidez para poder sostener con mayor seguridad, los grandes libros que tenìa en casa.

                    Antes de los doce años, me habìa devorado " El Quijote de la Mancha "  de Cervantes, "Los Tres Mosqueteros"  y "El Vizconde de Bragelone"  de Alejandro Dumas  ( padre ), "La Panadera"  de Xavier de Montepin y tantos otros que mis hermanos mayores traìan a casa. Y no me importaba que las letras fueran muy pequeñitas ni el hecho de carecer por aquellos dìas de luz elèctrica; la luz ambarina del lamparìn de querosene era todo lo que necesitaba para zambullirme en la lectura y le robaba horas al sueño por acabar de leer los libros.

                    A veces, papà notaba que una luz se filtraba por debajo de la puerta de mi habitaciòn y daba un solo grito - que en casa equivalìa a un azote por el efecto que causaba -  y con eso conseguìa mandarme a leerle cuentos a Morfeo. Dada mi corta edad, habìa tantos tèrminos desconocidos para mì en aquellos libros, que siempre tenìa el diccionario " Larousse "  a mi lado; tampoco podìa faltarme el "Gran Atlas Ilustrado" , para ubicar los lugares mencionados en los libros, aquel viejo Atlas que papà, gran amante de la geografìa, adoraba tanto.

                    Lleguè a la conclusiòn de que al final, habìa sido maravilloso tener tantos hermanos al llegar a este mundo y padres que se preocuparon por incentivarnos el amor a los buenos libros. Entonces... ¿còmo no amar la literatura? Si hay una cosa que me enorgullece de esos tiempos, es que recuerdo con humildad la pobreza material de la casa, pero ... ¡Dios mìo!, ¡còmo habìa tantos libros!. Esto fuè el comienzo de todo y la razòn por la cual inicio hoy estos "CAMINOS DE LA MEMORIA".  ¡Bienvenidos a mi vida! .


                    

                    

        


                         

                         

                         

                         

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