RECUENTO DE LA MEMORIA, EN DICIEMBRE
A seis días de finalizar el año 2012, y luego de infructuosos intentos por querer arreglar mi ordenador, he tomado prestado otra computadora para reabrir este blog que no pensé abandonar por tanto tiempo. Pido disculpas a mis eventuales lectores por la demora.
Es posible que resulte de alguna forma lógico y predecible lo que se puede escribir en un mensaje de fín de año -todos decimos casi siempre lo mismo-; la idea es reciclarnos mentalmente para mirar con emocionada expectativa todo lo bueno que nos depara el futuro, porque ya no se trata de lo que nos espera en este próximo 2013, tal parece que el inicio del año fuera a la vez, el comienzo de una nueva era que ha de durar eternamente, por todos los planes que solemos trazar (..."a partir del 1 de Enero..." ) y que sabemos de antemano, fueron casi los mismos del año anterior; pero como fieles en el confesionario, hacemos un "mea culpa", rezamos un acto de contrición y nos lanzamos al camino, optimistas y seguros de haber oído bien aquello de ... "vé con Dios y no vuelvas a pecar..."
Pero yo no quiero escribir acerca de las " listas de intenciones " para el Año Nuevo, lo mío son los recuerdos, las cosas que vienen a mi mente cuando acaba el año; mi recuento de Diciembre tiene que ver con todos los meses, de todos los años que puedo recordar en casi seis décadas de existencia y que hoy recorro con la inquietud de perderme en el laberinto de mis recuerdos más profundos.
Sucesos personales en los últimos días, me hacen temer la proximidad del deterioro lento pero inexorable, de mi memoria (en otros tiempos, uno de mis mayores motivos de orgullo); supongo que son las consecuencias del paso de los años que en algún momento nos pasa la factura. De cualquier forma, aquí estoy, intentando dejar un testimonio escrito del camino recorrido hasta hoy.
Hago un viaje retrospectivo para encontrar mis primeros recuerdos de "Año Nuevo" y no resulta difícil: esperar en la penumbra del patio de la casa a que el reloj marcara las doce de la noche, ver el cielo iluminándose de lejos con los fuegos artificiales que encendían los vecinos y luego nosotros -a falta de cohetecillos y bombardas- quemábamos un gran muñeco hecho de la ropa vieja que juntábamos para la ocasión, como un ritual pagano para convertir en cenizas al "Año Viejo" que -para variar- no se había portado muy bien con nosotros. Luego del holocausto doméstico, nos deseabamos tibiamente "felíz año nuevo" y nos ibamos a la cama a dormir, satisfechos de haber neutralizado con el fuego purificador, las malas vibras del año que acababa de morir. Algunas veces, comimos las doce uvas de la suerte y otros tantos rituales locos de fin de año, lo que no tuvimos fueron los brindis con champagne, porque papá era abstemio y no permitía el ingreso de alcohol en la casa (a menos que fuera el del botiquín de primeros auxilios, jajaja).
Recordaba entonces que no siempre fué así, que en mis primeros años, la familia de mi madre se reunía en casa de los abuelos Shimabukuro y llegaban todos los tíos y primos en un día predeterminado de Enero para celebrar, muy al estilo japonés, la reunión familiar del año, saboreábamos platillos de comida y dulces de Okinawa, los pequeños jugábamos, los jóvenes conversaban cosas de adolescentes, los adultos hablaban de trabajo y de nostalgias por la lejana Patria y no necesitábamos de extraños, porque ya en aquel entonces, la familia Shimabukuro tenía entre abuelos, tios y sobrinos, alrededor de cincuenta miembros (...y pensar que al principio fueron sólo dos, bajando del barco...). Luego de la muerte de mi madre, no recuerdo haber asistido más a esa clase de encuentros familiares.
Cuando me hice madre, mis hijos tuvieron en los primeros años, la oportunidad de reuniones familiares en la casa de su abuela paterna, al estilo de "la familia" de Pimpinela. Luego, llegaron los tiempos de Japón y nada volvió a ser lo mismo. Los hijos fueron creciendo, formaron su propia familia y se lanzaron en lo que yo llamo "la diáspora familiar". Trato de ser optimista y aún sueño con un reencuentro de Navidad y Año Nuevo con todos mis hijos y nietos, pero sé que las distancias geográficas siempre serán difíciles de acortar; diseminados en este vasto mundo, hoy sólo el correo electrónico y las redes sociales me permiten acercarme a sus hogares y capturar sus imágenes, para sentir de ese modo, que aún formo parte de sus vidas, como ellos lo son de la mía. Pero en este punto, no hay reclamo ni lamento, sólo nostalgia. Es lo que la vida nos dá y nos quita a la vez y ellos saben que desde el fondo de mi corazón, mi felicidad es saber que poco a poco, todos van encontrando su lugar en esta tierra y si son felices, yo estoy doblemente felíz por ellos.
Este Año Nuevo, pido porque el hogar de todos y cada uno de mis hijos y nietos, se inunde de amor, paz y bonanza y no quiero que cambien nada, ellos ya son maravillosos.
Pero un anhelo tan personal debe tener un efecto multiplicador, porque el "efecto mariposa" afecta a todos; los deseos de Año Nuevo, se extiende a cada persona que interactúe con ellos; y las buenas vibraciones permiten que esta solitaria mariposa, hoy aletee entre penas y alegrías, para que el aliento de mi cariño vuele a través de océanos, campos y ciudades del mundo, y llegue en forma de brisa o de viento a todos los lugares por donde pase, llevando este amor que se acrecienta, a pesar de las distancias.
¡FELÍZ AÑO NUEVO PARA TODOS!