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ÓGAKI |
TORMENTAS EN EL TIEMPO
Hoy el cielo está gris, la tormenta nos recuerda que un tifón se aproxima; es el Nº4 de la temporada estival y en pocos días llegará el tifón Nº 5. Aquí en Japón son tantos los tifones que llegan a nuestras costas, que ponerles nombres ya resulta inútil, lo más práctico es numerarlos para ordenar mejor las estadísticas climáticas.
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POR LAS CALLES DE ÓGAKI |
Japón sería un país casi perfecto si no fuera por el clima tan absurdo que posee (mucho calor en larguísimos veranos, mucho frío en intensos y crudos inviernos y las primaveras y otoños,tan breves que apenas se perciben); y están los tifones, desconocidos en el Perú, las lluvias torrenciales en verano, al estilo amazónico, las bajas temperaturas invernales que me hacen pensar en el "friaje" de la sierra peruana, sin mencionar los sismos porque, al parecer, se están haciendo demasiado frecuentes en cualquier parte del planeta.
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CARMEN ROSA |
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EN LOS TIEMPOS DE ÓGAKI |
Pero en descargo de lo anterior, hay muchísimas cosas a favor: es una sociedad disciplinada, con un mínimo de delincuencia común y/o accidentes de tránsito -porque aquí las leyes se cumplen y las penas que se imponen a quienes las infringen son muy duras-; no hay tentaciones de ir a la guerra porque las Fuerzas Armadas se disolvieron después de acabada la Segunda Guerra Mundial; la última vez que hubo un ataque terrorista fué hace más de veinte años, cuando una secta llamada AUM SHINRIKYO ("Verdad Suprema") por órdenes de su lider -Shoko Asahara- colocó el letal gas sarín en el tren metropolitano de Tokyo. Asahara fué condenado a muerte y algunos de sus seguidores aún purgan condena en prisión. Y tambien tenemos a "Papá Gobierno", que funciona sin necesidad de campañas políticas de por medio. Es decir, son los fenómenos naturales los que escapan al control de esta sociedad, a pesar del esfuerzo por prevenir desastres, aquí, allá y acullá, el hombre queda a merced de la inclemencia de la naturaleza.
Tengo la puerta del balcón abierta para observar la lluvia y el Castillo de Komaki apenas se vislumbra en lo alto del Monte, donde se yergue desde hace siglos, como un recuerdo del último bastión del gran señor feudal que dominó esta comarca en el pasado. Una densa niebla cubre la ciudad, pero el calor se hace insoportable... Yo sigo en espera del tifón.
Recuerdo mi primera experiencia en materia de tifones en Japón: estaba un poco más de una semana en estas islas y mi compañera de departamento, Carmen Rosa y yo, estábamos como hoy, mirando la lluvia a través de la ventana y, como si tuviéramos sincronizados nuestros pensamientos -y nuestras nostalgias -decidimos que haríamos unas llamadas al Perú. El problema es que no teníamos teléfono en casa y debíamos salir a buscar el teléfono público que estaba en la calle. Ninguna de las dos tenia paraguas (y aún no habíamos averiguado dónde comprarlos) pero no nos importó y fuimos en pos de la cabina telefónica. Aún no terminábamos de cruzar el patio de estacionamiento, cuando unos gritos nos paralizó y volteamos para ver qué sucedía; desde la casa de enfrente, la nuera del patrón nos hacía señas para que regresáramos al departamento, se veía tan desesperada y furiosa que intentamos ignorarla, como una forma de rebeldía por el control tan arbitrario e inhumano que estábamos recibiendo por nuestros desplazamientos en las horas libres. Carmen Rosa me decía : "no la mires, no la escuches, sigue caminando...". La mujer cruzó la calle y nos obligó a empujones a volver a casa, yo estaba aturdida por su rudeza y me dejé llevar, Carmen Rosa protestaba en español y la japonesa seguía gritando en su propio idioma y nadie se entendía en medio del viento y la lluvia; lo único que le oía era "¡TAIFU,TAIFU ! ", yo pensaba para mis adentros... - ¿Y eso ,cómo se come...como el tofu...?. Luego comenzó a gritar el nombre de mi vecina japonesa: -"¡TAIKO,TAIKO" -, que sonaba más o menos igual. Taiko salió de su casa y se enteró de lo que estaba sucediendo -bueno, eso supongo, porque ni Carmen Rosa ni yo entendimos su desesperada conversación-. La señora regresó a su casa, empapada hasta los huesos y Taiko entró antes que nosotras a nuestro departamento; cabe mencionar que aquí nadie ponía cerrojo a las puertas, así que Taiko ingresó a la casa y tomó control de la situación: corrió al ventanal y descubrió unas ventanas auxiliares de madera que estaban ocultas en la parte exterior y cerró herméticamente todo, encendió las luces y nos comenzó a repetir la misma letanía: "TAIFU,TAIFU...", nosotras aún estábamos indignadas por lo que considerábamos un atropello a nuestra libertad -tengamos en cuenta que, desde que llegamos a Japón, teníamos restringido hasta el derecho de salir a caminar o a comprar después de que oscurecía, tampoco podíamos recibir visitas, aunque fueran familiares, etc. etc.- y todos esos abusos nos tenía sumamente estresadas. Pero volvamos a la historia.
Taiko volvió a su casa y nosotras nos quedamos en medio del dormitorio sin saber qué hacer. De pronto comenzamos a sentir algo que parecía una manada de lobos aullando afuera de la casa y todas las paredes se estremecían con la fuerza de un gran sismo. Era una casa muy antigua y por momentos parecía que las paredes iban a colapsar, estábamos en un segundo piso y me imaginaba que el piso cedería y que nos iríamos por un agujero a visitar a los ratones de la planta baja. No pude aguantar la curiosidad y quise saber qué ocurría en el exterior y en un acto imprudente (ahora lo sé) abrí unos centímetros la ventana protectora de madera, lo suficiente para ver paraguas, sombreros, carteles y otras cosas más no identificadas, que volaban por los aires; aterrada, cerré con fuerza nuevamente la ventana y me senté a esperar lo que seguiría. Finalmente el viento amainó y el silencio fué impresionante. Menos de una hora después, el único recordatorio de lo sucedido eran las calles mojadas y algunas cosas que los desprevenidos transeúntes habían perdido. La mañana siguiente nos sorprendió por la diáfana belleza del nuevo día.Asombraba ver el cielo limpio, de un hermoso azul, las nubes blancas, muy blancas y la gente en la fábrica, conversando amenamente, como si nada hubiera ocurrido la noche anterior. En el transcurso del día, trajeron a la traductora de la empresa para que nos explicara los sucesos de la noche del "taifu" (esta palabra fué tomada del inglés para nombrar al "tifón" y en su versión japonesa se tradujo en "taifu" que,como es obvio,nunca más olvidé).
Han pasado veinte años desde entonces y en el transcurrir del tiempo, he sufrido toda clase de tifones y huracanes personales; algunos pasaron sin contratiempos y otros dejaron huellas en mi alma y pienso que, al igual que los fenómenos naturales que debemos experimentar a lo largo de nuestras vidas, las tormentas del alma llegan sin ser invitados y se van tal cual llegaron, sin mirarnos a los ojos y sin saber cuáles fueron los daños que infligieron a su paso.
El tifón terminó de pasar por mi ciudad sin mayores consecuencias, en estos momentos, el de hoy se encuentra sobre Tokyo y espero que termine de salir del territorio japonés en las próximas horas. Ahora tomaremos un respiro, antes de empezar los preparativos para la llegada del "taifu" Nº 5 este fin de semana. Tambien estoy preparando mi espíritu para las posibles tormentas que amenacen mi cielo azul. Sí, prevenir para minimizar los posibles daños y buscar refugio cuando el cielo esté encapotado... hasta que la lluvia lave nuestras calles y el viento arrastre y acabe con los restos del desastre. Fué bueno poder observar el paso del tifón por los ventanales del balcón, casi como ver la televisión en 3D, no como aquella primera vez, en la ciudad de Ógaki,asustada y confusa... Hoy no hay tiempo para el temor. De las tormentas tambien se aprende.
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