UN ESPACIO PARA DESPLEGAR ALAS Y EMPRENDER VUELO,EN LA BÙSQUEDA INCESANTE DE MI PROPIO SER.
sábado, 2 de junio de 2012
NOSTALGIA
NOSTALGIA
MURO Y KIARA RUMBO A PERÙ
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Salí a caminar. No tenía un destino prefijado, era sólo eso, caminar. No recuerdo cuánto tiempo había pasado desde la última vez que pisé la calle, tal vez dos semanas; y el departamento -en otros tiempos tan estrecho- se me hizo grande; antes de las seis y media de la mañana, Adolfo pone rumbo al trabajo y yo debo esperar, al caer la tarde, para volverlo a ver. De pronto el silencio se hizo insoportable; había tenido por unos días en casa a Keiji -el nieto de Adolfo- porque se encontraba convalesciendo de un pequeño mal, del cual se recuperó sin problemas. Esos días fueron, a pesar de la enfermedad de Keiji, muy estimulantes para mí. La casa respiraba vida porque había un niño endulzándome la tarde.
Él regresó a su vida y a su escuela - lo cual me alegrò mucho - pero también me dejó una sensación de vacío porque me trajo recuerdos de otros tiempos. Hasta hace sólo un año, tenía un par de nietos, inquietos y bulliciosos, correteando por la casa, pero hoy no están más aquí; cambiaron su vida japonesa por un nuevo mundo en español. Muro y Kiara viajaron a Perú con su madre, mi hija Sofìa y desde entonces, mi vida dio un vuelco. La nostalgia me invade con frecuencia, extraño las carreras a la escuela, la vuelta a casa por las tardes cuando, invariablemente, me pedían que les tomara fotografías mientras caminaban por la calle, siempre posando para la cámara, como mini-modelos en busca de la fama. Y las tardes de juegos; Muro llenando de robots la casa y Kiara, con esa vena artística tan suya, dibujando en cuadernos y paredes.
También extraño las largas conversaciones con Sofi cada noche, después de acostar a los niños, tratando de compensar los años que estuvimos tan lejos, la una de la otra, cuando la vida me trajo a este país y ella tuvo que quedarse con sus hermanos en Perú. A veces las conversaciones se prolongaban hasta la medianoche y los temas eran interminables, hoy la rutina es otra.
Tal vez por eso salì a caminar, para romper rutinas. Y mientras caminaba, me preguntaba dónde estaban los millones de japoneses que, según las estadísticas, pueblan estas islas. Las pocas personas con las que me cruzaba en el camino parecían personajes vistos a través de una película y me ví, veinte años atrás, cuando en una de mis primeras conversaciones con mi hermano Roberto, quien tenía más tiempo que yo en Japón, éste me dijo que Japón era un mundo plástico, como una película en colores brillantes y que nosotros, los extranjeros, estábamos en este mundo de fantasía, asumiendo roles, como protagonistas, o sentándonos en una butaca de cine, como espectadores; en ese entonces, no entendí sus palabras. Después de dos décadas, rememoro esa conversación a la luz de una experiencia acumulada en veinte años y le doy la razón, salvo en un detalle; no tenemos opciones: somos protagonistas y espectadores, todo a la vez.
Luego del tiempo transcurrido, mi percepción sobre Japón a variado en algunos aspectos y hay cosas que, lógicamente, me afectan bien o mal , en el país anfitrión, pero realmente, pierde relevancia cuando hay cosas más importantes en que pensar; y mi pensamiento tiene que ver básicamente con los sentimientos a los seres queridos que hoy no tengo a mi lado y a quienes no puedo dejar de recordar cada día. Son hijos y nietos, ausentes de mi casa, pero no de mi corazón; son aquellos que traspasaron fronteras y ampliaron sus horizontes en busca de mundos mejores.
Regreso a casa, después de la caminata por ese mundo plástico que encontré en las calles y vuelvo a mi mundo real, este que me construyo día a día, en la soledad de estas habitaciones, tan vacías durante el día, esperando el regreso de Adolfo, para que me dé ese abrazo, tan suyo, que me haga recordar que somos dos para enfrentar estos tiempos y mientras tanto, voy preguntándome cuando llegará el día en que volveré a tener a todos los míos frente a mí. Sin duda, son épocas duras, pero estoy segura, ese día llegará.
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