UN ESPACIO PARA DESPLEGAR ALAS Y EMPRENDER VUELO,EN LA BÙSQUEDA INCESANTE DE MI PROPIO SER.
martes, 27 de marzo de 2012
COMENZANDO
COMENZANDO
Nacì en el seno de una familia de inmigrantes japoneses, llegados al Perù en la segunda dècada del siglo pasado. Ser la novena hija de doce, presupone cierta desventaja en una familia de humildes campesinos y fuè eso lo que pensè durante mucho tiempo; sin embargo, hoy quiero rescatar de mis recuerdos, los dìas felices que disfrutè en mi infancia: el viento en mi rostro, el bullicio de los pàjaros en un gris atardecer, sacudiendo las ramas de los sauces al volver al nidal.
Recuerdo los rosales de papà: hectàreas de flores salpicando el paisaje de colores increìbles y embriagando de perfume la casa. Tambien recuerdo los años en que tuvimos una inmensa granja de aves de corral -los asiduos al " Kentucky Fried Chicken " me envidiarìan entonces las deliciosas sesiones de pollo frito abarrotando la mesa familiar- .
Pero en realidad, mi mejor recuerdo de aquella època, es el de un baùl inmenso que se parecìa mucho a los clàsicos cofres de tesoros de los piratas de cuentos. Y asì lo llamaba yo, " el cofre del tesoro "... ¡ y vaya que en verdad contenìa un tesoro ! : eran docenas de libros, de esos grandes, pesados y con las letras muy pequeñas que en mis cortos cinco años representaban un reto y un enigma por resolver.
Me dediquè a perseguir a mis hermanos mayores para que me explicaran què era aquello de " leer libros ", aunque luego terminè investigando sola el asunto. Creo que en casa nadie se diò cuenta de cuàndo aprendì a leer realmente, tal vez pensaban al principio, que sòlo jugaba con los libros.
Fuì a la escuela por primera vez a los siete años de edad y recuerdo que tuvimos dos libros: el primero era el tradicional " Coquito ", para aprender a escribir y leer. Cuando la maestra Virginia - aùn recuerdo su nombre - se diò cuenta que no necesitaba màs de " Coquito ", me ofreciò el segundo libro que, curiosamente, se llamaba " Ya sè leer " y tenìa muchas pequeñas lecturas... y yo sòlo querìa que los años pasaran con màs rapidez para poder sostener con mayor seguridad, los grandes libros que tenìa en casa.
Antes de los doce años, me habìa devorado " El Quijote de la Mancha " de Cervantes, "Los Tres Mosqueteros" y "El Vizconde de Bragelone" de Alejandro Dumas ( padre ), "La Panadera" de Xavier de Montepin y tantos otros que mis hermanos mayores traìan a casa. Y no me importaba que las letras fueran muy pequeñitas ni el hecho de carecer por aquellos dìas de luz elèctrica; la luz ambarina del lamparìn de querosene era todo lo que necesitaba para zambullirme en la lectura y le robaba horas al sueño por acabar de leer los libros.
A veces, papà notaba que una luz se filtraba por debajo de la puerta de mi habitaciòn y daba un solo grito - que en casa equivalìa a un azote por el efecto que causaba - y con eso conseguìa mandarme a leerle cuentos a Morfeo. Dada mi corta edad, habìa tantos tèrminos desconocidos para mì en aquellos libros, que siempre tenìa el diccionario " Larousse " a mi lado; tampoco podìa faltarme el "Gran Atlas Ilustrado" , para ubicar los lugares mencionados en los libros, aquel viejo Atlas que papà, gran amante de la geografìa, adoraba tanto.
Lleguè a la conclusiòn de que al final, habìa sido maravilloso tener tantos hermanos al llegar a este mundo y padres que se preocuparon por incentivarnos el amor a los buenos libros. Entonces... ¿còmo no amar la literatura? Si hay una cosa que me enorgullece de esos tiempos, es que recuerdo con humildad la pobreza material de la casa, pero ... ¡Dios mìo!, ¡còmo habìa tantos libros!. Esto fuè el comienzo de todo y la razòn por la cual inicio hoy estos "CAMINOS DE LA MEMORIA". ¡Bienvenidos a mi vida! .
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